11 de junio de 2019

FLUYENDO




“… y yo conocía la soledad:  desayuno con apuro para ir a ninguna parte. Pacer en el parque un domingo entre gente que lee por no hablar. Despertarse con una pesadilla y no tener a quién importunar con el relato. Escribir un mensaje -de amor, de odio- que rueda sin que alguien pueda ni deba enviarlo...”

Leonor esconde la boca en un pañuelo de papel. Es mi paciente hace años, le conozco ese gesto cuando está a punto de decirse algo que teme. La invito con un gesto -que conoce- a continuar.
“Nos pusimos a charlar en la parada del bus. Obviedades. Me di cuenta de que era inteligente y sensible y divertida. Le pedí el WhatsApp y la contacté el sábado. Tampoco tenía lo que hacer. Me invitó a comer a un lugar ruidoso, pero no me importó. La pizza regular, pero no me importó. El domingo amaneció lluvioso y chateamos. El lunes y martes no me atreví a llamarla. El miércoles me buscó ella. El viernes fuimos al cine, detestamos la película y desertamos rumbo a los mojitos de mi bar favorito. El sábado limpié la casa como nunca porque vendría a almorzar. El domingo me hice la ocupada, evité atosigarla. Esperaba la sesión de hoy para analizar cómo sigo…”
-Nada que analizar. Que siga fluyendo lo que está fluyendo.
-Quisiera no perder una amiga nueva.
-Parece que no se están perdiendo.



24 de enero de 2019

DISTANCIAS





Cuando Raúl nació, su hermanita ya había fallecido a los tres años de edad.
La madre lo cuidó con eficiencia sin lograr encubrir su pena. El padre calló.
Raúl anduvo en puntas de pie, sorteando ruidos, enfados e inquietudes. Acompañó a la madre en las neuralgias y al padre a pescar en otoño.
Apenas comenzó la secundaria, una tía que vivía en Málaga lo invitó a pasar las vacaciones. Se fue quedando. Conoció las risas, peleas en el colegio y las chicas que se dejan. Tuvo malas notas y de las buenas, dos novias que le rompieron el corazón y otra que lo quiso.
Cada domingo, rigurosamente llamó. Sí, claro que extraño. No, no me falta nada. Sí, estoy sano. Sí, les avisaré cualquier cosa. No, esta Navidad no puedo.
Comenzó la universidad, consiguió un trabajo, se mudó a una comuna. Fueron a visitarlo solo un par de veces. Otras tantas vino él.
Para las últimas Fiestas, Raúl llegó esta vez acompañado. Día tras día compartieron sobremesas y fotos y confidencias.

El padre de Raúl es mi paciente desde hace años.
En la sesión de hoy, tras repasar lo dicho y no dicho en el encuentro con su hijo, leyó un último mensaje recibido.
Raúl agradecía a sus padres haberle dado algo invalorable: la posibilidad de crecer lejos de la melancolía; y subrayaba que si para ellos fue un tiempo que necesitaron para restañar heridas, él había podido disfrutar de esa libertad.
“Y sí, mi hijo fue generoso al no reclamar lo que quizá no hubiéramos podido ofrecerle. Usted tenía razón: después de tanta culpa que cargué, reconozco ahora que para todos esa distancia fue providencial”.




10 de diciembre de 2018

EXTRAÑADA



Lo divisé en cuanto ingresamos a la 
inauguración. Debí esforzarme para recordar su nombre completo.
Se acercaron él y su esposa. Presentación de nuestros mutuos acompañantes. Recorrimos el propio derrotero reciente resaltando lo irreprochable, lo envidiable. Yo había hojeado sus dos últimos libros -mamotretos teóricos- y los halagué. Él lee mi blog con regularidad.
Al momento de continuar deambulando cada pareja por su lado, él y yo nos abrazamos. Y fue entonces que me susurró “te extrañé”.

Me instalé junto a las bebidas. Sola, me instalé. Y llegó. Solo, llegó.
¿Te extrañé, dijiste?
Sí, te extrañé desde que cursamos la última materia, desde que preparamos juntos los parciales y el final. Siempre ocupada, lista para irte; tan estudiosa, aplicada, tan cuestionadora del profe y de las lecturas obligatorias y de nuestros compañeros, pero tan esquiva. Me encantaba observarte mientras leías o mientras cabeceabas disimuladamente en la biblioteca. Pero no había manera de incorporar un tema ajeno al estudio, algo que permitiese arrimar un gesto o expresarte cuánto me gustabas. Volviéndome loco por estar tan cerca, me llevé un borrador tuyo y confieso que hasta llegué a consultar a un grafólogo que me dio pocas esperanzas. Y cuando nos recibimos, sí, nos felicitamos con entusiasmo. Sin embargo. Mucho tiempo me reproché no haber en ese momento hecho lo que tenía ensayado: besarte.
No sabía nada de eso, le dije.

Callamos y nos miramos mejor. Vimos lo que había acaecido en uno y en otro, quiénes habíamos terminado siendo.
Ahora sí era el momento de partir. Otro abrazo. Y fue entonces que le susurré que toda mujer merecería una vez en la vida haber sido extrañada así.
Extrañada por él, debí agregar pero no me animé.



23 de noviembre de 2018

CORRÍAS, RECORRÍAS






Mery, en plena la sesión, despliega una carta. Para que yo interprete cómo viene siendo la que es, dice.

“….se llevaron a mi tío que era corto de entendederas. Después a mi hermano mayor. Cuando mi padre fue a reclamar, se lo quedaron.
Con mi madre nos escondimos en una especie de cabañita en el bosque; la que había sido mi nanny nos traía algo de comer, pero un día ya no llegó. 
La extenuación nos empujó a dejar el refugio y recién entonces advertimos que la guerra había terminado.
Volvimos a lo que quedaba de nuestra casa. Raída. Apuñalada. Desde mi cama el cielo sin techumbre. Juntos la adecuamos para recibir pensionistas, un par nomás. 
Y yo, pude volver a estudiar e ir a la Universidad donde conocí a mi Marion y la amé, cómo la amé.
Después nació tu mamá, y con veinte años te trajo a nuestra biografía.
Venías con el sol bajo el brazo, tu vocecita de mirlo, plagando de monigotes los libros. Corrías. Recorrías. En tus sueños pastando los cuentos con que te arrullaba.
Escribidora, cada tanto quieres saber: pues sí, claro que sí: odié la guerra. Pero la guerra, no logró hacerme odiar la vida.”






15 de noviembre de 2018

DUBLIN, DUBLIN




Última sesión de Katy. La próxima semana parte a Dublin. Farfulla, apenas respira.
       “... mi abuelo Jacob me enseñó casi todo. Todo, en realidad. Se ocupó de mí cuando mis padres se ocupaban sólo de sí. Me demostró  que los humanos fuimos  peces, y que en nuestra humanidad perdura oleaje y escamas. Me convenció de que los libros son uno mismo. Me orilló a estudiar a los que sostienen que la verdad es móvil y los futuros contingentes. Y, claro, me alentó a que me presentase a la beca. Fui tan feliz por ganarla, y festejó tanto conmigo...”.

Busca en sus bolsillos un pañuelo, le alcanzo los desechables. Apenas se la escucha.

     “ ... y ahora que me estoy por ir -¡recién ahora!- tomo conciencia. La viudez jamás dejó de acogotarlo, las piernas cada tanto se retoban y los nombres se le esfuman: o sea:  así como él ha sido imprescindible en mi vida, en este momento yo sería imprescindible para él. ¿Y entonces cómo voy a irme un año a Dublin? ¿Cómo?...”.

Llegó el momento de la despedida.
Me abraza. La abrazo.
El tiempo espera.
Y sin dejar que se escabullan sus manos de las mías, aunque lo sabe, aunque es una obviedad, le recuerdo que  ser libre - tal como ser feliz- cuesta, pero cada uno tiene derecho a serlo.



15 de octubre de 2018

YA ESTÁ





Ya está, ya fui, dijo Jaime en cuanto entró al consultorio.

Jaime tenía siete años cuando murió su mamá. El padre lo crio a él y a su hermana con devoción pero en silencio, y cuando falleció 10 años después a Jaime no se le detuvo la vida.
Anduvo por el mundo, armó una familia y capitanea un pequeño negocio.
En la navidad pasada, husmeando el sótano, encontró una foto: la hermana y un Jaime púber más el padre plantando un árbol en un jardín, al fondo la silueta de una casa, mucho cielo.
Qué árbol, dónde, quién tomó la foto. Se obsesionó. Hilachas de historias lo cooptaron, perdió de apetito por la cosas.
Fue entonces que me consultó. Y fue en una sesión que entrevió una calle y en la calle una carnicería y en la carnicería un cartel: supo de inmediato que ese era el nombre del lugar.

El pueblo sigue con su plaza de tiovivo y en mármol un héroe nacional. La carnicería ya no está, ni el ferretero, ni el que vendía carbón y papas; algunos de los negocios que restan se han modernizado, chicas con el jean tajeado los atienden.
Un vecino reconoció la casa y le indicó cómo llegar. Allí estaba el árbol, circunspecto, copa amplia de verdes. 
Bajo su ramaje se sentó.

“… ya sé, no me diga nada, le parecerá una locura… Estaba yo sentado allí –un baldío, la casa abandonada-, y de repente mi padre se sentó a mi lado. Lo saludé y no me contestó. Después de un rato, un largo rato, le conté que había pensado en él. Tampoco contestó.  Pero cuando le dije que lo necesitaba, me agarró la mano y no me soltó. Y esa, su mano de hombre,  apretó suave,  suavemente, mi mano de niño”.






29 de junio de 2018

HARTAZGO





Cansado, dijo. No cesa de repetir cansado, cansado. Querría llorar pero no puede, no sabe.
Jonas vivió fuera del país ocho años por motivos laborales; allí se casó con una compatriota y nacieron sus mellizas. La nostalgia los hizo volver la Navidad pasada. Poco tiempo después Jonas perdió el sueño, comenzó a estar furioso y a pelearse sin motivo con su mujer. Fue ella la que lo obligó a consultarme.

“….cansado, es poco. Extenuado. Y si me encuentro con un viejo amigo o un familiar, o en el Estudio o en la puerta del colegio de las nenas, no hay vez en que no se haga un comentario que invita al enfrentamiento. Porque ya no se trata de dar argumentos sobre cualquier tema, sobre cualquiera, sino de descalificar al Otro, al que está del otro lado de la vereda. Y esas veredas son compartimentos estancos de los que no se puede salir, que no te dejan salir…

Primero Jonas se resistió y luego se encerró. Opinaban a su derredor: está deprimido, es el aterrizaje, nada le gusta, se desacostumbró, no quiere integrarse. Desde la primera entrevista supe que era hartazgo.

“…. ¿cuándo empezó esto? ¿Cómo es posible que nadie lo pare? Se endiosa a un líder y sin tapujos se alienta a destruir al líder adversario. En las redes, linchamientos. Se invita a embestir, a denunciar. Se burlan del que mantiene una posición, como yo, equidistante. Me han querido obligar a que me embandere y, como no lo hago, se me enrostra una falta de compromiso o pavadas del estilo…”

Sueña con irse. Y cuanto más sueña más atrapado se siente. Las mellizas ya armaron su grupete de amigos, su suegro está gravemente enfermo, y él sospecha que será para siempre un extranjero en la esquina misma de su casa.

“…y usted, acá, encerrada en el limbo de su consultorio, ¿también ha tomado partido? ¿Y aunque yo resultase del bando opuesto está sinceramente dispuesta a ayudarme?...”