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dejamos por hoy
11 de junio de 2019
FLUYENDO
24 de enero de 2019
DISTANCIAS
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Cuando
Raúl nació, su hermanita ya había fallecido a los tres años de edad.
La
madre lo cuidó con eficiencia sin lograr encubrir su pena. El padre calló.
Raúl
anduvo en puntas de pie, sorteando ruidos, enfados e inquietudes. Acompañó a
la madre en las neuralgias y al padre a pescar en otoño.
Apenas
comenzó la secundaria, una tía que vivía en Málaga lo invitó a pasar las
vacaciones. Se fue quedando. Conoció las risas, peleas en el colegio y las
chicas que se dejan. Tuvo malas notas y de las buenas, dos novias que le
rompieron el corazón y otra que lo quiso.
Cada
domingo, rigurosamente llamó. Sí, claro que extraño. No, no me falta nada.
Sí, estoy sano. Sí, les avisaré cualquier cosa. No, esta Navidad no puedo.
Comenzó
la universidad, consiguió un trabajo, se mudó a una comuna. Fueron a
visitarlo solo un par de veces. Otras tantas vino él.
Para
las últimas Fiestas, Raúl llegó esta vez acompañado. Día tras día
compartieron sobremesas y fotos y confidencias.
El
padre de Raúl es mi paciente desde hace años.
En la
sesión de hoy, tras repasar lo dicho y no dicho en el encuentro con su hijo,
leyó un último mensaje recibido.
Raúl agradecía
a sus padres haberle dado algo invalorable: la posibilidad de crecer lejos
de la melancolía; y subrayaba que si para ellos fue un tiempo que necesitaron
para restañar heridas, él había podido disfrutar de esa libertad.
“Y sí,
mi hijo fue generoso al no reclamar lo que quizá no hubiéramos podido
ofrecerle. Usted tenía razón: después de tanta culpa que cargué, reconozco
ahora que para todos esa distancia fue providencial”.
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10 de diciembre de 2018
EXTRAÑADA
Lo divisé en cuanto ingresamos a la
inauguración. Debí esforzarme para recordar su nombre completo.
Se acercaron él y su esposa. Presentación de nuestros
mutuos acompañantes. Recorrimos el propio derrotero reciente resaltando lo
irreprochable, lo envidiable. Yo había hojeado sus dos últimos libros
-mamotretos teóricos- y los halagué. Él lee mi blog con regularidad.
Al momento de continuar deambulando cada pareja por su
lado, él y yo nos abrazamos. Y fue entonces que me susurró “te extrañé”.
Me instalé junto a las bebidas. Sola, me instalé. Y
llegó. Solo, llegó.
¿Te extrañé, dijiste?
Sí, te extrañé desde que cursamos la última materia,
desde que preparamos juntos los parciales y el final. Siempre ocupada, lista
para irte; tan estudiosa, aplicada, tan cuestionadora del profe y de las
lecturas obligatorias y de nuestros compañeros, pero tan esquiva. Me
encantaba observarte mientras leías o mientras cabeceabas disimuladamente en
la biblioteca. Pero no había manera de incorporar un tema ajeno al estudio,
algo que permitiese arrimar un gesto o expresarte cuánto me gustabas.
Volviéndome loco por estar tan cerca, me llevé un borrador tuyo y confieso
que hasta llegué a consultar a un grafólogo que me dio pocas esperanzas. Y
cuando nos recibimos, sí, nos felicitamos con entusiasmo. Sin embargo. Mucho
tiempo me reproché no haber en ese momento hecho lo que tenía ensayado:
besarte.
No sabía nada de eso, le dije.
Callamos y nos miramos mejor. Vimos lo que había
acaecido en uno y en otro, quiénes habíamos terminado siendo.
Ahora sí era el momento de partir. Otro abrazo. Y fue
entonces que le susurré que toda mujer merecería una vez en la vida haber
sido extrañada así.
Extrañada por él, debí agregar pero no me animé.
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23 de noviembre de 2018
CORRÍAS, RECORRÍAS
Mery, en plena la sesión, despliega una carta. Para que
yo interprete cómo viene siendo la que es, dice.
“….se llevaron a mi tío que era corto de entendederas.
Después a mi hermano mayor. Cuando mi padre fue a reclamar, se lo quedaron.
Con mi madre nos escondimos en una especie de cabañita
en el bosque; la que había sido mi nanny nos traía algo de comer, pero un día
ya no llegó.
La extenuación nos empujó a dejar el refugio y recién entonces
advertimos que la guerra había terminado.
Volvimos a lo que quedaba de nuestra casa. Raída.
Apuñalada. Desde mi cama el cielo sin techumbre. Juntos la adecuamos para recibir pensionistas, un par nomás.
Y yo, pude volver a estudiar e ir a la Universidad donde conocí a mi Marion y
la amé, cómo la amé.
Después nació tu mamá, y con veinte años te trajo a
nuestra biografía.
Venías con el sol bajo el brazo, tu vocecita de mirlo,
plagando de monigotes los libros. Corrías. Recorrías. En tus sueños
pastando los cuentos con que te arrullaba.
Escribidora, cada tanto quieres saber: pues sí, claro
que sí: odié la guerra. Pero la guerra, no logró hacerme odiar la vida.”
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15 de noviembre de 2018
DUBLIN, DUBLIN
Última sesión de Katy. La próxima semana parte a Dublin. Farfulla, apenas
respira.
“... mi abuelo Jacob me
enseñó casi todo. Todo, en realidad. Se ocupó de mí cuando mis padres se
ocupaban sólo de sí. Me demostró que
los humanos fuimos peces, y que en
nuestra humanidad perdura oleaje y escamas. Me convenció de que los libros
son uno mismo. Me orilló a estudiar a los que sostienen que la verdad es
móvil y los futuros contingentes. Y, claro, me alentó a que me presentase a
la beca. Fui tan feliz por ganarla, y festejó tanto conmigo...”.
Busca en sus bolsillos un pañuelo, le alcanzo los desechables. Apenas se
la escucha.
“ ... y ahora que me estoy por
ir -¡recién ahora!- tomo conciencia. La viudez jamás dejó de acogotarlo, las
piernas cada tanto se retoban y los nombres se le esfuman: o sea: así como él ha sido imprescindible en mi
vida, en este momento yo sería imprescindible para él. ¿Y entonces cómo voy a
irme un año a Dublin? ¿Cómo?...”.
Llegó el momento de la despedida.
Me abraza. La abrazo.
El tiempo espera.
Y sin dejar que se escabullan sus manos de las mías, aunque lo sabe,
aunque es una obviedad, le recuerdo que
ser libre - tal como ser feliz- cuesta, pero cada uno tiene derecho a
serlo.
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15 de octubre de 2018
YA ESTÁ
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Ya está, ya fui, dijo Jaime en cuanto entró al
consultorio.
Jaime tenía siete años cuando murió su mamá. El padre lo crio a él
y a su hermana con devoción pero en silencio, y cuando falleció 10 años
después a Jaime no se le detuvo la vida.
Anduvo por el mundo, armó una familia y capitanea un
pequeño negocio.
En la navidad pasada, husmeando el sótano, encontró una
foto: la hermana y un Jaime púber más el padre plantando un árbol en
un jardín, al fondo la silueta de una casa, mucho cielo.
Qué árbol, dónde, quién tomó la foto. Se obsesionó.
Hilachas de historias lo cooptaron, perdió de apetito por la cosas.
Fue entonces que me consultó. Y fue en una sesión que entrevió
una calle y en la calle una carnicería y en la carnicería un cartel: supo de
inmediato que ese era el nombre del lugar.
El pueblo sigue con su plaza de tiovivo y en mármol un
héroe nacional. La carnicería ya no está, ni el ferretero, ni el que vendía
carbón y papas; algunos de los negocios que restan se han modernizado, chicas
con el jean tajeado los atienden.
Un vecino reconoció la casa y le indicó cómo llegar. Allí estaba el árbol, circunspecto, copa amplia de
verdes.
Bajo su ramaje se sentó.
“… ya sé, no me diga nada, le parecerá una locura… Estaba
yo sentado allí –un baldío, la casa abandonada-, y de repente mi padre se
sentó a mi lado. Lo saludé y no me contestó. Después de un rato, un largo
rato, le conté que había pensado en él. Tampoco contestó. Pero cuando le dije que lo necesitaba, me agarró
la mano y no me soltó. Y esa, su mano de hombre, apretó suave, suavemente, mi mano de niño”.
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29 de junio de 2018
HARTAZGO
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Cansado, dijo. No cesa de repetir cansado, cansado.
Querría llorar pero no puede, no sabe.
Jonas vivió fuera del país ocho años por motivos
laborales; allí se casó con una compatriota y nacieron sus mellizas. La
nostalgia los hizo volver la Navidad pasada. Poco tiempo después Jonas perdió
el sueño, comenzó a estar furioso y a pelearse sin motivo con su mujer. Fue
ella la que lo obligó a consultarme.
“….cansado, es poco. Extenuado. Y si me encuentro con
un viejo amigo o un familiar, o en el Estudio o en la puerta del colegio de
las nenas, no hay vez en que no se haga un comentario que invita al
enfrentamiento. Porque ya no se trata de dar argumentos sobre cualquier tema,
sobre cualquiera, sino de descalificar al Otro, al que está del otro lado de
la vereda. Y esas veredas son compartimentos estancos de los que no se puede
salir, que no te dejan salir…
Primero Jonas se resistió y luego se encerró. Opinaban
a su derredor: está deprimido, es el aterrizaje, nada le gusta, se
desacostumbró, no quiere integrarse. Desde la primera entrevista supe que era
hartazgo.
“…. ¿cuándo empezó esto? ¿Cómo es posible que nadie lo
pare? Se endiosa a un líder y sin tapujos se alienta a destruir al líder
adversario. En las redes, linchamientos. Se invita a embestir, a denunciar.
Se burlan del que mantiene una posición, como yo, equidistante. Me han
querido obligar a que me embandere y, como no lo hago, se me enrostra una
falta de compromiso o pavadas del estilo…”
Sueña con irse. Y cuanto más sueña más atrapado se
siente. Las mellizas ya armaron su grupete de amigos, su suegro está
gravemente enfermo, y él sospecha que será para siempre un extranjero en la
esquina misma de su casa.
“…y usted, acá, encerrada en el limbo de su
consultorio, ¿también ha tomado partido? ¿Y aunque yo resultase del bando
opuesto está sinceramente dispuesta a ayudarme?...”
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