“… y yo conocía la
soledad: desayuno con apuro para ir a
ninguna parte. Pacer en el parque un domingo entre gente que lee por no hablar. Despertarse con una pesadilla y no tener a quién importunar con el
relato. Escribir un mensaje -de amor, de odio- que rueda sin que alguien pueda ni
deba enviarlo...”
Leonor esconde la boca en un pañuelo de papel.
Es mi paciente hace años, le conozco ese gesto cuando está a punto de decirse algo que teme. La invito con un gesto -que conoce- a continuar.
“Nos pusimos a charlar en la parada del bus. Obviedades.
Me di cuenta de que era inteligente y sensible y divertida. Le pedí el WhatsApp
y la contacté el sábado. Tampoco tenía lo que hacer. Me invitó a comer a un
lugar ruidoso, pero no me importó. La pizza regular, pero no me importó. El
domingo amaneció lluvioso y chateamos. El lunes y martes no me atreví a
llamarla. El miércoles me buscó ella. El viernes fuimos al cine, detestamos la película
y desertamos rumbo a los mojitos de mi bar favorito. El sábado limpié la casa
como nunca porque vendría a almorzar. El domingo me hice la ocupada, evité atosigarla. Esperaba la sesión de hoy para analizar cómo sigo…”
-Nada que analizar. Que
siga fluyendo lo que está fluyendo.
-Quisiera no perder
una amiga nueva.
-Parece que no se
están perdiendo.
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