Lo divisé en cuanto ingresamos a la
inauguración. Debí esforzarme para recordar su nombre completo.
Se acercaron él y su esposa. Presentación de nuestros
mutuos acompañantes. Recorrimos el propio derrotero reciente resaltando lo
irreprochable, lo envidiable. Yo había hojeado sus dos últimos libros
-mamotretos teóricos- y los halagué. Él lee mi blog con regularidad.
Al momento de continuar deambulando cada pareja por su
lado, él y yo nos abrazamos. Y fue entonces que me susurró “te extrañé”.
Me instalé junto a las bebidas. Sola, me instalé. Y
llegó. Solo, llegó.
¿Te extrañé, dijiste?
Sí, te extrañé desde que cursamos la última materia,
desde que preparamos juntos los parciales y el final. Siempre ocupada, lista
para irte; tan estudiosa, aplicada, tan cuestionadora del profe y de las
lecturas obligatorias y de nuestros compañeros, pero tan esquiva. Me
encantaba observarte mientras leías o mientras cabeceabas disimuladamente en
la biblioteca. Pero no había manera de incorporar un tema ajeno al estudio,
algo que permitiese arrimar un gesto o expresarte cuánto me gustabas.
Volviéndome loco por estar tan cerca, me llevé un borrador tuyo y confieso
que hasta llegué a consultar a un grafólogo que me dio pocas esperanzas. Y
cuando nos recibimos, sí, nos felicitamos con entusiasmo. Sin embargo. Mucho
tiempo me reproché no haber en ese momento hecho lo que tenía ensayado:
besarte.
No sabía nada de eso, le dije.
Callamos y nos miramos mejor. Vimos lo que había
acaecido en uno y en otro, quiénes habíamos terminado siendo.
Ahora sí era el momento de partir. Otro abrazo. Y fue
entonces que le susurré que toda mujer merecería una vez en la vida haber
sido extrañada así.
Extrañada por él, debí agregar pero no me animé.
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10 de diciembre de 2018
EXTRAÑADA
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Me encanto el relato...Me fascino el final...
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