Se retiró. No se retiró, se fue aprisa. Nada de aprisa, corriendo. De hecho, lo sacaron.
Había organizado un escándalo cuando descubrió que en
esa maternidad prestigiosa bajo cuerda también practican abortos. Le
solicitaron primero por las buenas que se fuese y terminaron empujándolo hasta
la vereda. Ella, a su lado, nunca intervino.
Acostado en el diván de mi consultorio, Vargas desgrana los hechos. Podría creerse que va a llorar: jamás: ya agotó las lágrimas en la infancia tras
los castigos por hacerse pis encima, el verano en que a punto estuvo de
ahogarse, el año pasado cuando su padre perdió el habla.
No llora. Habla sin parar.
Sin resquicio, sin respiro, expone su fantasía de
enrolarse en un grupo que blandiendo pancartas vocifere contra la
legalización del aborto. Desprecia a los grupos que vociferan, pero apuesta a
ser el adlátere de un timonel para su odio reciente.
Vargas declama en catarata. Quiere evitar que
intervenga por si existiese la posibilidad -remotísima o cierta, da lo mismo-
de que opine. Y si estuviera en contra de toda ética expresar mis ideas sobre
la legalización del aborto, de igual forma ha de impedirme que mencione el
hecho de que su mujer mediante subterfugios se embarazó.
Esa mujer a la que amó y ahora odia.
La odia menos que a sí mismo por distraerse y menos
que a los fabricantes de anticonceptivos que prometen lo que prometen.
Ha callado. Ni lamento audible o suspiro. Mudo con
los pies temblequeantes a pesar suyo.
Y de golpe Vargas se sienta.
Ojos secos, estrujando un pañuelo, me mira sin rodeos. Te odio, dice, tuteándome por primera vez.
Te odio por no advertirme que mi negativa a tener hijos traería estas
consecuencias. Y te odio más que a ella, más que a los de la maternidad de lujo
y más que a la partera.
Me parece excelente...
ResponderEliminarUn odio reflejado en ti como si fueras su álter ego.
Un abrazo, Ann@
El odio ha ido tomando parcelas de su vida y allí están los carteles de la gente que vociferando, gente que vocifera su propio odio.
ResponderEliminarLos seguirá, será parte de ellos, odiará a la mujer y a sí mismo. Y quizás nunca sepa para qué odia.
La vorágine de palabras llega al lector nítida y sin contrastes, es odio en su pureza extrema. Buen relato, saludos.
ResponderEliminarFernando: gracias por tus palabras.
ResponderEliminarOdiar y buscar odio y estar odiándose y hacerse odiar: hay sujetos que se construyen así. Y destruyen así, perdonarás la obviedad.
Me he cuidado de alejarlos de mi consultorio. Pero en la ficción se (me) imponen estos personajes.