Aclaro que jamás confieso mi profesión en lugares como peluquerías, ágapes, bodas. Evito de esa forma que -congéneres por lo general- disimulen que te consultan aduciendo que es amiga, prima o vecina la acuciada por disyuntiva o penuria indescriptible.
Conocí a Berenice, celista de un conjunto de
cámara, en casa de un terapeuta que
festejó sus cincuenta con concierto, bailongo y piedra libre de mojitos.
Berenice cuando dejó de tocar y con suficiente mojito
encima, vino a sentarse a mi lado y pasó a contarme sus
cuitas suponiéndome, supongo, colega del anfitrión. Sin tutearme.
-Y aunque no lo crea, a pesar que soy una adulta
razonable sistemáticamente me enrollo en relaciones imposibles. No sé por qué.
Ella, deliciosa, agacelada, sensible, enganchándose en amores quiméricos con o sin conocimiento del sujeto. Y no se refería a galán jolivudense o as roncarolero, sino a especímenes cercanos, ya comprometidos o nunca casaderos, fóbicos de toda laya, matarifes de la ilusión, escurridizos, mezquinos, que la dejaban exhausta y descreída... hasta volver a tentarse con la imposibilidad.
Como
imaginarán me cuido mucho en esos casos.
Así como
los boxeadores fuera del ring tienen la trompada prohibida, los psi debemos
abstenernos: una palabra puede acarrear efectos insospechados. Sin embargo no
puede una permanecer callada, de modo tal que emití una frasecita de una
obviedad apabullante y con una excusa igual de obvia me despedí y enfilé hacia
el buffet.
Berenice,
a la que jamás volví a ver ni creo haberle dado la dirección de mi correo electrónico,
acaba de enviarme un mail.
Estoy
feliz, asegura. Ha
comenzado una relación con un muchacho que la quiere y la busca y la necesita y
ella se deja querer buscar necesitar.
Un amor viable, subraya. Y tuteándome agrega “...te agradezco que esa noche me dijeras quizás vos sos el amor imposible para esos hombres. Eso me abrió los ojos, me ayudó a dejar ese lugar que ocupaba en las relaciones, mirar para otro lado y...” Continúan descubrimientos y agradecimientos.
Un amor viable, subraya. Y tuteándome agrega “...te agradezco que esa noche me dijeras quizás vos sos el amor imposible para esos hombres. Eso me abrió los ojos, me ayudó a dejar ese lugar que ocupaba en las relaciones, mirar para otro lado y...” Continúan descubrimientos y agradecimientos.
No aseguro que dijera eso entonces. Ni importa. Lo asombroso es cuán abracadabrante logra ser una ilusión. La ilusión de que siempre son valiosas las palabras del analista.
foto: Genoveva Ayala
foto: Genoveva Ayala
abracadabrante al leerlo...
ResponderEliminarQué bien, me encanta.
ResponderEliminarPorque ha sido también muy abracadabrante imaginarlo, escribirlo y dejarlo andar a este relato.
De paso, señalar una vez lo ilusorio de las psi-ilusiones.
Yo soy un tentado con la imposibilidad con fobicas de toda laya, mezquinas o escurridiza. Bien merecemos una historia sobre nuestro sufrimiento y con final feliz por favor.
ResponderEliminarSin duda es merecido y me ocuparé de que sea un final al menos esperanzador.
EliminarSé que hombres acogotados los hay. Aunque sabrás que se rumorea entre mis congéneres que en las lides amorosas son los hombres eternos ganadores. No es más que prejuicio, dirás.
Un relato muy agradecido de la vida misma, de los sentimientos escondidos y revelados.
ResponderEliminarUn saludo, Ann@
Anna querida: muchas gracias.
ResponderEliminarQué temprano aprendemos a esconder, escondernos; y cuán tarde o nunca revelamos.
Al menos, como para el personaje de esta historia, queda la ilusión de las palabras sacacorcho.