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-Lo impresionante es que recién cuando se despidió –remarcó mi amiga y
colega Bettina-, me di cuenta que se estaba llevando todo, todo.
-¿Tiene lugar? –mi curiosidad es así de simple.
-Le toca un cuarto grande en una casa compartida, y hay espacio para la
ropa, los posters, sus chucherías. Estaba contentísimo Adrián: al fin se iba
a vivir solo, lejos de mami, manteniéndose; yo muy orgullosa de su fuerza. Y
no sé por qué, tontamente, sentí que ya no tenía que andar disimulando…
-… ¿disimulando qué?
-Bueno: a lo sumo sin explicitar que soy madre soltera. En una reunión con nuestros queridos colegas
me di cuenta que detrás de la indisimulada extrañeza, detrás de la aparente
comprensión, está siempre la crítica… Pasas a ser en una disidente, una cismática.
Algo hiciste mal, no fuiste sagaz ni precavida, y permaneces atada a un
proyecto no deseado, acerrojada a tu hijo… En efecto: no busqué
embarazarme pero después sí quise. Y a pesar de lo que opinaba mi familia,
seguí adelante. Y a pesar de lo que opinaba el mundo entero, seguí adelante.
Lo que no quise fue continuar con el padre de la criatura: nunca demostró interés;
a cuentagotas compareció y cada vez menos hasta que se fue a vivir a Oviedo y
manda una tarjeta para Navidad ¡Ni para el cumpleaños de su hijo manda una!
Bettina tapó una mueca de indignación y pena con ambas manos. Pero de inmediato
sonrió a toda vela.
-Te confieso –retomó- que después de los primeros días en que extrañé
muchísimo a mi Adrián, sentí que volvía a ser una single, disponible y dispuesta. De alguna forma… no sé… libre. Aunque
no sé si es irreal e incluso “correcto” sentirme así…
Mientras abrazaba a Bettina le dije que tomando en cuenta lo fantástico
que le ha ido siendo “incorrecta” en los últimos veinte años podía, debía,
seguir siendo y sintiendo así.
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25 de agosto de 2015
DISIMULANDO
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