14 de febrero de 2012

GINEBRA

 
                           


Cuando mi suegro cuenta, todos callan. No es sometimiento, es placer.
En el inicio de la guerra, cuenta, papá hizo lo posible para que continuasen mis clases de violín. Y eso que no eran tiempos. El vecino que ocupaba el bel étage, músico de cierto renombre, en consideración a la familia y sobre todo a mi madre de la que era admirador, había aceptado recibirme una vez a la semana un tres cuartos de hora eterno. Renegaba por  blandura digital, torpeza de arco y hasta por el exceso de mis pies. Odiaba las clases, se sobreentiende. 
Años después, quizá cuarenta, quizá cincuenta, de vacaciones en Ginebra, en el lobby del hotel y a la espera de que nos recogieran... (aquí detiene el relato para consultar a mi suegra:¿Nena, cómo se llamaba el hotel? D'Angleterre, querido)
En ese lugar, continúa, a punto de partir y perderme la oportunidad de esta historia, un viejo pasita de uva -elegantemente desgastado el atuendo y noble bastón a su vera, hundido en un sofá junto a la salida- me observa con insistencia incomodante.
Decido de una vez enfrentar el asunto y me hundo en el sofá de enfrente. Te llamas Max, pregunta el viejo. Max me llamo. Fuiste mi alumno de violín, dijo. Ni terminó la frase que ya en tropel y turba aquellos momentos vividos llegaron a mi pecho.
No me animé a abrazarlo; le estreché la mano como antes y le agradecí lo que nunca agradecí. Transcurrieron décadas, horrores de toda laya, y él sin embargo pudo ver al chico que fui.
Y como a un chico todavía se te ve, acoté sonriendo.
Mi suegro no sonrió.
 
Llama al siguiente día. Quiere hablar conmigo acá, en el consultorio. Para recibirlo cambié el horario a un paciente, y compré su té verde preferido y las galletas de chocolate que, sé, le raciona el cardiólogo.
Probó y saboreó despacio, muy despacio. Y cuando solo restaba ir al motivo del encuentro, se puso de pie y dijo: desde hace semanas debo usar pañales y querría contárselo a mi hijo que viene a ser tu marido pero me da vergüenza ¿podrías hacerlo por mí?



 

4 comentarios:

  1. Ficción o realidad? Un suegro de que vivió eso? Y la foto es de Ginebra?

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  2. Ficción, siempre ficción.
    De hecho, no he tenido suegro: falleció cuando yo era muy joven para conocerlo.
    Este suegro de ficción, que cuenta historias de entonces y -claro- le cuesta contar las de ahora, es un homenaje a aquél.
    Y en cuanto a la foto es de Lausanne. Pero podría ser de Ginebra en el mismo otoño.

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  3. Qué profundo valor tienen los recuerdos. Y cuando más pasa el tiempo, más valen porque ocupan ese lugar que estamos perdiendo.

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    1. Lo obvio es que los recuerdos son un lastre para algunos, y para otros la raíz. Creo que en ambos casos, los recuerdos son futuro, lo quieran así o no.
      En cuanto al lugar que estamos perdiendo, me encantaría que nos contaras algo más.

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