10 de diciembre de 2018

EXTRAÑADA



Lo divisé en cuanto ingresamos a la 
inauguración. Debí esforzarme para recordar su nombre completo.
Se acercaron él y su esposa. Presentación de nuestros mutuos acompañantes. Recorrimos el propio derrotero reciente resaltando lo irreprochable, lo envidiable. Yo había hojeado sus dos últimos libros -mamotretos teóricos- y los halagué. Él lee mi blog con regularidad.
Al momento de continuar deambulando cada pareja por su lado, él y yo nos abrazamos. Y fue entonces que me susurró “te extrañé”.

Me instalé junto a las bebidas. Sola, me instalé. Y llegó. Solo, llegó.
¿Te extrañé, dijiste?
Sí, te extrañé desde que cursamos la última materia, desde que preparamos juntos los parciales y el final. Siempre ocupada, lista para irte; tan estudiosa, aplicada, tan cuestionadora del profe y de las lecturas obligatorias y de nuestros compañeros, pero tan esquiva. Me encantaba observarte mientras leías o mientras cabeceabas disimuladamente en la biblioteca. Pero no había manera de incorporar un tema ajeno al estudio, algo que permitiese arrimar un gesto o expresarte cuánto me gustabas. Volviéndome loco por estar tan cerca, me llevé un borrador tuyo y confieso que hasta llegué a consultar a un grafólogo que me dio pocas esperanzas. Y cuando nos recibimos, sí, nos felicitamos con entusiasmo. Sin embargo. Mucho tiempo me reproché no haber en ese momento hecho lo que tenía ensayado: besarte.
No sabía nada de eso, le dije.

Callamos y nos miramos mejor. Vimos lo que había acaecido en uno y en otro, quiénes habíamos terminado siendo.
Ahora sí era el momento de partir. Otro abrazo. Y fue entonces que le susurré que toda mujer merecería una vez en la vida haber sido extrañada así.
Extrañada por él, debí agregar pero no me animé.



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