Mery, en plena la sesión, despliega una carta. Para que
yo interprete cómo viene siendo la que es, dice.
“….se llevaron a mi tío que era corto de entendederas.
Después a mi hermano mayor. Cuando mi padre fue a reclamar, se lo quedaron.
Con mi madre nos escondimos en una especie de cabañita
en el bosque; la que había sido mi nanny nos traía algo de comer, pero un día
ya no llegó.
La extenuación nos empujó a dejar el refugio y recién entonces
advertimos que la guerra había terminado.
Volvimos a lo que quedaba de nuestra casa. Raída.
Apuñalada. Desde mi cama el cielo sin techumbre. Juntos la adecuamos para recibir pensionistas, un par nomás.
Y yo, pude volver a estudiar e ir a la Universidad donde conocí a mi Marion y
la amé, cómo la amé.
Después nació tu mamá, y con veinte años te trajo a
nuestra biografía.
Venías con el sol bajo el brazo, tu vocecita de mirlo,
plagando de monigotes los libros. Corrías. Recorrías. En tus sueños
pastando los cuentos con que te arrullaba.
Escribidora, cada tanto quieres saber: pues sí, claro
que sí: odié la guerra. Pero la guerra, no logró hacerme odiar la vida.”
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23 de noviembre de 2018
CORRÍAS, RECORRÍAS
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