Última sesión de Katy. La próxima semana parte a Dublin. Farfulla, apenas
respira.
“... mi abuelo Jacob me
enseñó casi todo. Todo, en realidad. Se ocupó de mí cuando mis padres se
ocupaban sólo de sí. Me demostró que
los humanos fuimos peces, y que en
nuestra humanidad perdura oleaje y escamas. Me convenció de que los libros
son uno mismo. Me orilló a estudiar a los que sostienen que la verdad es
móvil y los futuros contingentes. Y, claro, me alentó a que me presentase a
la beca. Fui tan feliz por ganarla, y festejó tanto conmigo...”.
Busca en sus bolsillos un pañuelo, le alcanzo los desechables. Apenas se
la escucha.
“ ... y ahora que me estoy por
ir -¡recién ahora!- tomo conciencia. La viudez jamás dejó de acogotarlo, las
piernas cada tanto se retoban y los nombres se le esfuman: o sea: así como él ha sido imprescindible en mi
vida, en este momento yo sería imprescindible para él. ¿Y entonces cómo voy a
irme un año a Dublin? ¿Cómo?...”.
Llegó el momento de la despedida.
Me abraza. La abrazo.
El tiempo espera.
Y sin dejar que se escabullan sus manos de las mías, aunque lo sabe,
aunque es una obviedad, le recuerdo que
ser libre - tal como ser feliz- cuesta, pero cada uno tiene derecho a
serlo.
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15 de noviembre de 2018
DUBLIN, DUBLIN
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