15 de noviembre de 2018

DUBLIN, DUBLIN




Última sesión de Katy. La próxima semana parte a Dublin. Farfulla, apenas respira.
       “... mi abuelo Jacob me enseñó casi todo. Todo, en realidad. Se ocupó de mí cuando mis padres se ocupaban sólo de sí. Me demostró  que los humanos fuimos  peces, y que en nuestra humanidad perdura oleaje y escamas. Me convenció de que los libros son uno mismo. Me orilló a estudiar a los que sostienen que la verdad es móvil y los futuros contingentes. Y, claro, me alentó a que me presentase a la beca. Fui tan feliz por ganarla, y festejó tanto conmigo...”.

Busca en sus bolsillos un pañuelo, le alcanzo los desechables. Apenas se la escucha.

     “ ... y ahora que me estoy por ir -¡recién ahora!- tomo conciencia. La viudez jamás dejó de acogotarlo, las piernas cada tanto se retoban y los nombres se le esfuman: o sea:  así como él ha sido imprescindible en mi vida, en este momento yo sería imprescindible para él. ¿Y entonces cómo voy a irme un año a Dublin? ¿Cómo?...”.

Llegó el momento de la despedida.
Me abraza. La abrazo.
El tiempo espera.
Y sin dejar que se escabullan sus manos de las mías, aunque lo sabe, aunque es una obviedad, le recuerdo que  ser libre - tal como ser feliz- cuesta, pero cada uno tiene derecho a serlo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario