Mi marido y mi hijo menor decidieron que estoy cansada. Justo esos abulonados al trabajo recomiendan tiempo libre, basta de dedicación exclusiva al consultorio. Inauguré un Blog, contra argumento.
Reconozco que el Blog -escribo entre paciente y paciente- tampoco me aleja del embrollo psi, por lo que decido retomar mis clases de pintura y telefoneo al que fuera mi profesor y ni siquiera recuerda mi nombre. Abomino la enseñanza, el caballete es obsoleto, ahora me dedico a las bioinstalaciones retroefímeras, dijo él. Ah, dije yo.
Bajé al sótano.
Encontré los pinceles y rodillos, y a mis tímidos cuadros pulseando con la carcoma: testimonio de que hubo un tiempo en que tuve la expectativa de vivir de la pintura (nótese la ingenuidad).
Muy dispuesta -tras enorme decepción- de dejar mi incipiente trabajo de analista. Dejar, del todo, sin vuelta. ¿Razones? Todavía me duele recordarlo.
Reconozco que el Blog -escribo entre paciente y paciente- tampoco me aleja del embrollo psi, por lo que decido retomar mis clases de pintura y telefoneo al que fuera mi profesor y ni siquiera recuerda mi nombre. Abomino la enseñanza, el caballete es obsoleto, ahora me dedico a las bioinstalaciones retroefímeras, dijo él. Ah, dije yo.
Bajé al sótano.
Encontré los pinceles y rodillos, y a mis tímidos cuadros pulseando con la carcoma: testimonio de que hubo un tiempo en que tuve la expectativa de vivir de la pintura (nótese la ingenuidad).
Muy dispuesta -tras enorme decepción- de dejar mi incipiente trabajo de analista. Dejar, del todo, sin vuelta. ¿Razones? Todavía me duele recordarlo.
Con un médico, tan de la infantería de una clínica psiquiátrica como yo, compartíamos un paciente.
Él lo medicaba, y yo... iba a definirme como la terapeuta pero es incorrecto: a ver qué palabras inéditas describirían lo que al fin de cuentas resultó mi función. Es justo aclarar que entonces poco se sabía sobre adicciones y sus adictos; leí mucho, consulté al supervisor y salí sabiendo menos.
El paciente era un pianista de música clásica, adolescente manos de agua manos dóciles, que partió a formarse con los mejores maestros de Leipzig y Viena. Comenzó a consumir drogas cada vez más duras hasta que la familia viaja a rescatarlo cuando lo apresan en un escándalo callejero. Una vez entre los suyos hizo un genuino esfuerzo por desintoxicarse pues el gran director Claudio Abbado lo invitaba a tocar con él y no podía fallar, sería su ingreso a la escena internacional.
Próxima la fecha del encuentro, se encerró.
A drogarse. No transige, no da razones, no come. Y así, enviados por la clínica, aparecemos el psiquiatra y yo. Recalamos ante la puerta cerrada del dormitorio del chico y ante la puerta cerrada perseveramos toda una noche. Haciendo lo que se podía, de verdad.
Continúa nuestro tratamiento en los consultorios externos de la institución. A pesar de ser un par de profesionales bisoños nuestra jefa evitó involucrarse: confío en ustedes, adujo. El paciente se presentaba en hora, no faltó. Fueron semanas, sino meses. Inventando. Probando.
El chico no cumplió con Abbado.
Paró de tocar.
Y un día, sigiloso, lenta lentamente con un hacha astilló su amado piano de cola.
Dejó de drogarse, eso sí.
Algunas veces demoramos en descubrir que es lo que nos presiona, otras tal vez nunca tomaremos realidad de ello, con o sin ayuda.
ResponderEliminarNada más difícil que saber qué es lo que no estamos sabiendo, como cuál es el meollo del dolor o la coraza para econtrarlo. Y saber que necesitamos ayuda también cuesta, pero en cuanto se lo sospecha siempre recomiendo buscar a alguien que ayude a despejar sospechas. Puede ser un analista, siempre que el analista sepa acompañar al otro a que decida hasta dónde saber. Claro que una vez que se comienza a desbrozar el terreno, ay, qué placer. Y entonces vale la pena animarse a saber
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