3 de febrero de 2012

DROGARSE


Mi marido y mi hijo menor decidieron que estoy cansada. Justo esos abulonados al trabajo recomiendan tiempo libre, basta de dedicación exclusiva al consultorio. Inauguré un Blog, contra argumento. 
Reconozco que el Blog -escribo entre paciente y paciente- tampoco me aleja del embrollo psi, por lo que decido retomar mis clases de pintura y telefoneo al que fuera  mi profesor y ni siquiera recuerda mi nombre. Abomino la enseñanza, el caballete es obsoleto, ahora me dedico a las bioinstalaciones retroefímeras, dijo él. Ah, dije yo. 
Bajé al sótano. 
Encontré los pinceles y rodillos, y a mis tímidos cuadros pulseando con la carcoma: testimonio de que hubo un tiempo en que tuve la expectativa de vivir de la pintura (nótese la ingenuidad). 
Muy dispuesta -tras enorme decepción- de dejar mi incipiente trabajo de analista. Dejar, del todo, sin vuelta. ¿Razones? Todavía me duele recordarlo.


C
on un médico, tan de la infantería de una clínica  psiquiátrica como yo, compartíamos un paciente. 
Él lo medicaba, y yo... iba a definirme como la terapeuta pero es incorrecto: a ver qué palabras inéditas describirían lo que al fin de cuentas resultó mi función. Es justo aclarar que entonces poco se sabía sobre adicciones y sus adictos; leí mucho, consulté al supervisor y salí sabiendo menos.
El paciente era un pianista de música clásica, adolescente manos de agua manos dóciles, que partió a formarse con los mejores maestros de Leipzig y Viena. Comenzó a consumir drogas cada vez más duras hasta que la familia viaja a rescatarlo cuando lo apresan en un escándalo callejero. Una vez entre los suyos hizo un genuino esfuerzo por desintoxicarse pues el gran director Claudio Abbado lo invitaba a tocar con él y no podía fallar, sería su ingreso a la escena internacional.
Próxima la fecha del encuentro, se encerró. 
A drogarse. No transige, no da razones, no come. Y así, enviados por la clínica, aparecemos el psiquiatra y yo. Recalamos ante la puerta cerrada del dormitorio del chico y ante la puerta cerrada perseveramos toda una noche. Haciendo lo que se podía, de verdad.

Continúa nuestro tratamiento en los consultorios externos de la institución.  A pesar de ser un par de profesionales bisoños nuestra jefa evitó involucrarse: confío en ustedes, adujo. El paciente se presentaba en hora, no faltó. Fueron semanas, sino meses. Inventando. Probando.
El chico no cumplió con Abbado.
Paró de tocar.
Y un día, sigiloso, lenta lentamente con un hacha astilló su amado piano de cola.
Dejó de drogarse, eso sí.


3 comentarios:

  1. Algunas veces demoramos en descubrir que es lo que nos presiona, otras tal vez nunca tomaremos realidad de ello, con o sin ayuda.

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    1. Nada más difícil que saber qué es lo que no estamos sabiendo, como cuál es el meollo del dolor o la coraza para econtrarlo. Y saber que necesitamos ayuda también cuesta, pero en cuanto se lo sospecha siempre recomiendo buscar a alguien que ayude a despejar sospechas. Puede ser un analista, siempre que el analista sepa acompañar al otro a que decida hasta dónde saber. Claro que una vez que se comienza a desbrozar el terreno, ay, qué placer. Y entonces vale la pena animarse a saber

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