Recién en la segunda entrevista se animó. En cuanto ingresa se coloca frente la biblioteca. La biblioteca de mi consultorio es mañosa y atiborrada aunque conserva la división original: acá narrativa; abajo psi y aledaños; allá poesía sobre todo de amigos, trasnochados de ediciones propias. Echó un vistazo rápido, sin interesarse por nada en especial hasta que llegó al par de pequeñas fotos enmarcadas que posan en el borde del estante superior.
Tomó la primera. Odio cualquier otoño, dijo. (Yo lo amo).
Ante la otra murmura: odio el invierno. (A mí me fascina la nieve).
Esa sesentona criada en el hemisferio norte, se refiere al otoño como Septiembre. Y llama al invierno Febrero. Y los odia.
Al fin se acomoda en el sofá en posición flor de loto, distante a mi sillón, y se dispone a contar lo que todavía no contó.
Mi madre, dice, murió un Septiembre. Esa polaca querendona que resistió dos guerras y al fascismo, al estalinismo, ni sobrevivió a una innecesaria endemoniada operación.
Y papá –continuó-, ese hombre que cantaba si ganaba al ajedrez, cantaba mientras tocábamos el piano a cuatro manos, cantaba al embarullar la cocina con sus menjunjes, murió solo en el Febrero siguiente y me enteré tres días después porque yo estaba esquiando. Desde entonces esos meses dejaron de existir, vivo los diez que restan.
No dijo más. Le alcancé el paquete de kleenex y aproveché para mirarla a los ojos y que sintiese mi estoy acá/tenemos tiempo.
Necesitábamos tiempo, porque me puse a fantasear cómo reaccionaría en ese momento mi analista.
Quizás mi analista se levantaría enresortada, en unas pocas zancadas llega hasta la biblioteca y con sus manos de campesina uñas al ras toma las fotos y se las regala a la paciente sin comentario alguno.
O se las regala colocándoselas en el regazo mientras le dice “sus viejos murieron cuando les fue posible”.
O incluso agrega “ y usted se merece vivir el año completo”.
Sí, quizás eso hubiera hecho mi analista.
Marta, algo que me interesó y me gustó mucho de tus encantadores cuentitos: en dos de ellos, (el 66,66%!:), mencionás a seres que pesaron en tu construcción como analista, y como persona. Tu analista y tu primer supervisor. ¿Nos pasará a todos los que somos analistas desde hace tanto tiempo, y además agradecidos? Mis grandes maestras me habitan en momentos densos de mi práctica.
ResponderEliminarLo bueno de la ficción de estos textos es que puedo inventarme una personalidad e historia, e inventar pacientes y sus historias. En relación a los que abonaron a mi formación -la real, la ficcional- tuve maestros maravillosos. Claro que también hubo otros que intentaron (de)formarme con su obediencia vacuna a los "Grandes Textos de los Grandes". O los que tenían una especie de barómetro para calificar la sexualidad (y no sigo por esa línea por si hay menores escuchando). De hecho, a ésos les estoy también agradecida porque me mostraron lo que NO quería ser como analista.
ResponderEliminarAlgo triste y también algo esperanzadora. Me encanta.
ResponderEliminarMuchas gracias Celia. Que sea esperanzadora me da esperanza. Los analistas saben menos de lo que saben; pero si tuvieron la suerte de que en su momento les sacudiera alguien que ya sabía que no sabía, entonces quizás podrán resolver cuestiones con un gesto apenas uno, con o sin palabras extras. Y te invito a leer la entrada "Ni se te ocurra", porque a veces -a veces- los bien sacudidos logran advertir a otros.
EliminarEmocionante. Sensacional, el final
ResponderEliminarQué voy a contarte si la escritura es tu oficio: ya sabes que la realidad se parece o imita descaradamente a la ficción. Lo que te aseguro es que de la emoción pretendo no privarme ni en una ni en otra. Y los pacientes -ficcionales o no, qué más da-por suerte lo corroboran.
EliminarSÍ,HABRÍA HECHO ESO LA ANALISTA PARA ENTREGAR VISIONES Y PALABRAS Y CONTACTOS...QUE ES MÁS...CASI UN SUEÑO
ResponderEliminarMe encanta que le encuentres una dimensión onírica a la historia. No lo pensé mientras lo escribía. Y debí pensarlo porque en las sesiones, dicen, necesariamente se crea un clima de sueño o ensueño. O de insomnio,a veces. Dicen que además el que está siendo el paciente en ese momento (no sé si te ha tocado) cuenta una "versión" de lo que vive y siente, como cuando se pone en palabras un sueño soñado. Y para esa versión usa tal cuota y calidad de imaginación, que lo convierte en un narrador, en un poeta. A lo que voy: jugar con la ficción lo aprendí -como tantas otras cosas- en el consultorio. En el propio y en el de mis analistas en plural.
ResponderEliminarMe gusta tu frescura narrativa y que no llevás corset literario. Rodrigo
ResponderEliminarQué halago el tuyo!! Lo del corset me ha costado, si vieras. De chicas encorsetadas era mi época y la escuela. Y para qué nombrar los encorsetadísimos artilugios para convertirse en analista. Por suerte todavía queda la escritura para desplegar las ansias de desencorsetarme. Y si lo vengo logrando...
EliminarEl otoño me recuerda a Azul... Danny
ResponderEliminarAzul siempre me recuerda al otoño. En cualquier latitud el otoño me cuenta historias que en otro momento no sabría escuchar. Esta foto del otoño es de un parque cercano, un viejo parque que preserva sus árboles y sus nidos y sus rincones asoleados y de sombra; un silencio líquido lo envuelve. Como Azul,¿no te parece?
ResponderEliminar