A las dos de la mañana del 25 nos llamaron de la comisaría. Mi chico
menor estaba retenido junto con muchos otros por escándalo en la vía pública.
Salimos corriendo con mi marido y he ahí a nuestro hijo con su valentía
adolescente craquelada. Papeleo. El enojo, el miedo, las ganas de abrazar en
espera.
No fuimos los primeros familiares en llegar, poco a poco compareció el
resto y entre ellos una psicoanalista de renombre que apenas me saludó –no
soy de su corte- y a los demás ni siquiera. No bien aterriza con todo su
renombre, censura al personal arrebatada, vodevilesca; protesta que trufa con
sus lustres y diplomas a más de los contactos con altas, altísimas esferas
secretario de estado por aquí juez mediático acullá. No bastando tanta
altisonancia, remata con la clásica: se
tendrán que atener a las conse- cuencias.
Su hija retenida con la vergüenza en flor.
El Oficial Principal, cara de pocos impre- sentables amigos, escucha. Y
escucha. Y sigue escuchando hasta que con su voz de barítono fumador le suelta
a mi colega: señora, me pregunto cómo hará para aguantarla su esposo, cómo
hará para aguantarla esta mocosa aquí presente y, sobre todo, cómo harán para
aguantarla sus pacientes. Punto y media
vuelta paso firme a su oficina.
Y la hija retenida, que hasta entonces cursó de vergüenza, lagrimones y pucheros,
gritó “no la aguantan” por encima del portazo del Oficial Principal.
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30 de diciembre de 2013
ALTISONANTE
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Me divirtió mucho.
ResponderEliminarCar.,
Juan
Gracias Juan: a mí también me divierten las argucias, algarabías, autoelogios y amiguismos de mis colegas.
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