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Me visto de negro, todo el año. Es mi color. En verano una nota de
blanco, en invierno un poco de rojo: el resto: negro. Ergo, si voy a una boutique recalo directo en el perchero de la ropa oscura. Es allí donde
se acercó una mujer de negro riguroso colocándose de forma que fuese imposible ignorarla.
-¿Está de luto?
-No, no. Me gusta el negro aunque siempre… - le señalo mis zapatos bermellón.
-Yo sí estoy de luto- remarcó el sí.
-Lo siento.
-No lo sienta. El Sujeto era mal bicho, me hizo sufrir, nos hizo sufrir a mi hijo y a mí. Me decía loca ante la gente, me decía puta. El Sujeto con su
familia era simpático, parlanchín, y aunque yo permanecía muda él de pronto
me susurraba “cuando lleguemos a casa vas a ver lo que te va a pasar”. Nunca pegaba, si es lo que piensa: eran solamente amenazas que me convirtieron en un monigote.
Vivía aterrorizada de molestarlo sin saber siquiera qué le podía molestar.
Nuestro hijo -pegó el estirón y se convirtió en un muchacho fuerte, estudioso
muy deportista- encerrrado en el cuartito o en la mesa evitando mirar a su padre a los
ojos hasta que un día, un día en que me vapuleaba con sus gritos El Sujeto,
mi chico lo agarró del cuello, lo obligó a levantarse, lo estampó contra la
pared y le dijo “si no te callás vas a ver lo que te va a pasar”. Se calló El
Sujeto. De hecho dejó de hablarnos, y poco tiempo después se fue, sin llevarse
nada. Al principio seguí con miedo, en cualquier momento podía regresar. Así un año
entero hasta que lo declaré muerto. Muerto. Si El Sujeto estaba muerto, yo
era su viuda. Me emperifollé de negro para que la gente pregunte si estoy de
luto y poder contar mi historia. Cuando más hablo de él más lejos lo siento.
Cuando más habló de él más me lo saco de encima.
Cuando más habla de él, más se lo saca de encima.
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foto: Genoveva Ayala
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