-...y aprendí en ese tiempo a localizar
en librerías de rezagos a juglares malditos en traducciones prohibidas por la
Iglesia. Igual los compraba, igual estaban al tanto que los leía antes de
enterrarlos; el resto del tiempo éramos libres dentro de nuestro uniforme.
Tuve un noviete, hermano de una compañera, que cada año acudía a la merienda
campestre de primavera. Un sujeto pálido, mustio, poeta en ciernes. Nos escribíamos
cartas adorables que he desechado en alguna de mis tantas mudanzas.
Se citaron y reconocieron enseguida. Ella alta y desenvuelta como
antaño. Él devino en mundano y locuaz. Ella separada hace mucho y sin
reemplazo. Él padre de familia semi numerosa. Ella confesando que perdió sus
cartas. Él demostrando que guardó las que recibiera -las traía consigo- en una caja. Gran parte de la noche la dedicaron
a escarbar y leer al azar. Cartas de letra rotunda en el mismo papel leve y
traslúcido, cada una en su sobre abierto con precisión.
-Qué emocionante –pensé en voz alta.
-Más o menos –mi amiga acotó-. Me di cuenta que las palabras que
(apasionadamente) había imaginado y (apasionadamente) le había escrito no
eran más que apasionamiento por mi propia pasión. ¡Nada apasiona más que descubrirse apasionado!
De ese encuentro mi amiga dedujo: que la pasión no es más que lance y jaleo con sí mismo. Y que a veces el Otro contempla esa pasión sin comprender de dónde viene
tal vorágine desacorde con lo que han compartido. O quizás la pasión de uno le llega al Otro con un dejo de cosa
remanida, sobrada de tono y tan oronda en su narcicismo
que al Otro le resulta extraño.
El Otro es un extraño. Que nuestra pasión no lo olvide.
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foto Rolf Rempel |
27 de julio de 2014
APASIONADA
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