Llegó tarde. Enojado también hoy. Enojado por llegar
tarde, por el tráfico y la estridencia de la gente y por la gente misma.
Marco ni quiso instalarse en el diván, nomás al
borde de una silla y hablar en borbotón y ardor.
-Sigo con rabia como se dará cuenta –dijo-, y
seguiré así el resto de mi existencia. Me hace bien, confisca el dolor. Ahora he de bancar a mi mujer; entiendo que ella nunca supere el asunto, que perdimos
a nuestro hijo, que está enterrado. Ella sólo habla de muerte mientras
nuestra hija está viva, yo estoy vivo, ella misma está viva, y los tres
tenemos derecho a seguir viviendo. Sigue culpándose: que debió prohibirle
tener una moto, o impedir que saliese, que debió exigir a la policía la entrega cuerpo sin dilación sin papeleo. Y, sobre todo, le urge saber adónde iba un chico como él, buen hijo buena persona, a esas horas y por esa zona. Yo lo sé, pero es un secreto: jamás se lo contaría
-Quizá –le dije- valdría la pena revisar para qué
mantiene ese secreto.
-Usted quiere saber por qué…
-…para qué.
En ese momento, enresortado, Marco se puso de pie,
y más cerca de lo que debería estar cerca, me gritó (aulló, de hecho) que qué
sabía yo de rabias. Qué sabía yo de rabia por la muerte del que se amó y al
que que se extraña en la encías, en el pellejo, en la osamenta,
Y no dijo otra cosa. Dejó de mirarme, saludó con un gesto, y se fue sin
esperar el inminente fin de la sesión.
Conozco esa rabia. Pero qué sabe él cuánto la
conozco.
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5 de octubre de 2014
LLEGÓ TARDE
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Trascender es tu vocación y nuestro privilegio leerte. Saludos.
ResponderEliminarConato
Muchísimas gracias. Es mi privilegio que leas estás historias.
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