Me permito copiar el núcleo fundamental de un email que acabo de recibir
de Stella, una ex paciente.
“….Le agradezco ante todo que en
cuanto se enteró dejara un mensaje. Lo siento, no podía responder en ese momento… Le adelanto que yo fui a ese lugar, nadie me obligó. Iba siempre ahí a
tomar una copa o dos o lo que fuere; y a fumar porro, y dar vueltas y vueltas
con las amigas y reírnos sin parar, o travesear con
jueguitos que en esos momentos pasan como algo intrascendente, pasajero… Pero
dos que apenas conocía me encaminan atrás y me arrinconan. Uno me tapó la
boca y el otro dijo lo que no tenía que decir. Y se abalanzaron. Y
arremetieron. Y me despeñaron y me hundieron y me estrujaron y humillaron y
doblegaron, uno tras otro, sin parar de decirme lo que nadie tiene derecho a
decirme… Ni siquiera grité, además si hubiera gritado quién se habría
entrometido. Así es… Cuando volví a casa me metí en la ducha por horas
tratando de sacarme esa vergüenza, esa sensación de que ya no se puede
ser quien se era… Me encerré. Mi madre insiste que deje de pensar en eso pero
cómo explicarle que el cuerpo piensa por su cuenta, y también decide si comer, dormir, o dejarse abrazar… Yo siempre acudía a Dios como quien acude al
médico: sólo en caso de dolor; pero ahora ni siquiera dolor siento, a lo sumo
espero que el tiempo logre abolir la memoria… En fin, quizá más adelante le
pida que tengamos unas sesiones. Por ahora no. Y en cuanto a su comentario sobre la denuncia, no coincido con usted… Será hasta pronto y nuevamente
muchas gracias por el mensaje…”
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7 de diciembre de 2014
UNO TRAS OTRO
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