17 de enero de 2015

SIN ÉL





Tuve que ir a su casa. Ella se niega a salir.
El padre de Sandy murió hace poco más de un mes, de un momento a otro. Ella se encerró de inmediato, ni siquiera concurrió al entierro. No quería ver a nadie. Tampoco a mí que fui su analista. Un familiar me contactó y tuve que ir a verla a su casa, ella se niega a salir.

Encontré a Sandy muy desarreglada, en la cama, ronca. Acerqué una silla y le dije acá estoy y ella sacudió la cabeza.
Tras un larguísimo silencio, se explayó:
-Pienso en mi adolescencia, cuando no hacía más que pelearme con papá. Por cualquier cosa. Si él sugería algo, yo inmediatamente estaba en desacuerdo. Nunca le hacía mucho caso si me daba una orden; y si me regañaba, simulaba obedecer. Después, ya más grande, discutía con él por cuestiones… ¿cómo decirlo?... ideológicas o algo así, sobre de qué forma debía el mundo pensar, andar, girar. Me sacaba de quicio su tolerancia; quería que defendiese con garra sus ideas. Pero no. No lo hacía. Y claro: hubo de pasar mucho tiempo e irme a vivir sola y sufrir los primeros desamores para darme cuenta de una cosa elemental, tan elemental que me da vergüenza. Comprendí que mi padre tuvo la generosidad, la ge-ne-ro-si-dad pedagógica de no formarme a su imagen y semejanza, de permitirme disentir, polemizar, cuestionar, para que así encontrase el rumbo a mi manera, a mi ritmo…
Sandy calla. Se le llenaron los ojos de lágrimas pero no ha de llorar, la conozco. Y continúa:
- Quise decírselo. Lo que había descubierto quise decírselo y agradecerle, pero pensé que tenía que esperar el momento adecuado. Nunca llegó ese momento y no dije nada ni se lo podré decir. La culpa no suelta. Eso no es lo peor. Lo peor es que no tengo idea, no tengo la menor idea de cómo seguir, de cómo seguir viviendo, cómo seguir viviendo sin él.
-Sandy: con esa misma generosidad pedagógica tu padre te habrá enseñado cómo vivir sin él. Lo irás descubriendo, como descubriste lo demás.





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