Celeste, anestesista. Blas, pastelero. Pareja en crisis
que me consultó en Noviembre.Tras unas pocas entrevistas, Celeste considera que no comprendo sus dificultades y declinaron continuar.
En estos días recibí en mi buzón un sobre con un libro;
se adjuntaba una nota de Celeste, sugiriéndome que leyese los párrafos que
subrayó ya que expresaban lo que entonces no capté.
Transcribo esos párrafos:
“…Y
el tema del amor. Inventarse aleaciones de amor y dárselas a cucharadas.
Beber palabras de su boca mientras le entregas tu voz tu aliento. Reír.
Empatía, empatar, emparejarte. Amartillar a dúo tu biografía -necesariamente
inconclusa-, para construir ese rincón donde al fin podrás vivir y donde
nadie más podría hacerlo.
Y el tema del tiempo. Vas a tener que mostrarle tu
flanco acristalado y darle indicaciones de cómo cuidarlo, y para eso se
precisa tiempo. No menos tiempo que para el miedo al amor: al que ya se tiene
o al que podrían dejar de darte.
Un amor incierto el tuyo, dijeron todos; igual yo
perseveraba pues en cuestiones del amor de eso se trata. Perseverar. Sin
embargo, para perseverar requería tiempo, tiempo literal.
Hacerle un regalo, pedirle que te lleve y que te
traiga, perdonarle, llorar en sus brazos, caminar a su vera hasta que suelte
qué, qué le pasa; o anunciarle que es el aniversario y se olvidó, se nos
olvidó, se nos viene olvidando: para todo eso se necesita espacio
(tiempo). Y se necesita que no suene
tu celular y que no te reclamen y salgas corriendo -en vano- porque el
enfermo que tenías que atender claudicó...”
He leído con detenimiento, les aseguro. Lo releí, incluso. Y creo -creo, digo-
que ahora entIendo. Al menos lo que Celeste vivió.
Por cierto, esos párrafos pertenecen a la novela Inquietud que mi colega Marta Kapustin
publicó.
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11 de enero de 2015
PÁRRAFOS
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