Mariela es hija
de una prima que poco frecuento. Me sorprendió su llamado; adujo que quería
hacerme una pregunta y la invité a almorzar cerca del consultorio.
Apenas nos
sirvieron, aclaró que no debía comentarle nuestra charla a sus padres. Tiene 17 años, la mayoría de sus amigas han
comenzado la vida sexual y la empujan a que se decida, a que se líe con
alguien, a que deje las excusas.
-¿Qué hago?
Tengo miedo.
-¿Miedo a qué?
-No lo sé.
Tampoco sabía yo
cómo aportar algo que fuera claro pero firme pero estimulante pero alertador.
Y cero teorías o jerigonza, por favor.
Comencé por el
placer, el deseo y el goce, deleite y arrebato, pasando por las imprevistas
implicancias del dar/recibir. Salté enseguida a la libertad de decidir
cuándo, cómo, con quién o dónde. Libertad de examinar, hurgar y bucear.
Libertad de callar o clamar las fantasías. Libertad antes que nada de expresar un
No de cualquier calibre en cada momento…
Y seguí así,
consciente de lo mucho que faltaría detallar y ejemplificar, seguí aun
sabiendo que es imposible siquiera esbozar lo que ella iba a vivir.
Antes de
despedirnos pregunta cómo ha sido mi “primera vez” y doy una respuesta
enmarañada poco creíble. Y parto, sintiendo no haberle sido útil y deplorando
ese tonito alambicado que me conozco.
Casi dos meses
después volvió a llamar.
-Hola...
-…hola, Mariela,
qué lindo escucharte.
-Quería contarte
que ya pasó. Me dio miedo y me dio vergüenza, me dio impresión y me dio por
reírme como tonta. Y me dio sueño y me dio un poco de ganas de salir
corriendo. Pero, sobre todo, me gustó. Y me sigue gustando. Te agradezco que me
orientaras: sirvió mucho eso del No. Eso de que cuando digo No es No.
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6 de marzo de 2015
CADA MOMENTO
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