Primera
entrevista con Max, 43 años, comerciante y poeta. Le costó llegar, le costó
acomodarse porque ya no tiene claro
para qué pidió una consulta.
Finalmente
dijo:
-Cuando
iba al secundario, mis amigos adoraban a mamá.
Milena
era una madre joven y llamativa con su peinado de varios pisos. Amable,
sonreidora, tierna. Siempre una palabra de aliento. Sabía cada cosa de cada
uno. Chicas y chicos del club se sentían afortunados si eran parte del picnic
que Milena organizaba con sus dos hijos y su marido. Y a todos compraba
helado doble. Y todos estaban invitados a sus despampanantes cumpleaños.
En
una de las tantas fiestas que se organizaban en su casa, en el cuarto de las escobas Max, de
casualidad, descubre a Milena con la blusa abierta y la falda alzada
besándose con un compañero del colegio. Un segundo la vio y Milena lo vio
verla.
Max
salió corriendo y lloró y gritó y se emborrachó pero no dijo nada, ni a ella,
ni a su padre, ni a su hermana.
-En
cuanto pude, me fui a vivir solo. La odiaba. Traté de visitar a mis viejos lo
menos posible. No quería que me diera explicaciones, tampoco ella lo intentó.
Hice mi vida. Me casé, me separé, tengo un hijo. Y ahora…
El
mes pasado a Milena le diagnosticaron cáncer de mama. Desde que lo supo, a Max le cuesta dormir y pensar. Cada día se promete llamarla o escribirle o
mandarle un breve mensaje, pero no puede. O no sabe. O no sabe si quiere.
Además: ¿qué decirle?
Encontrar
qué decir y qué no decir -le señalé- podría llegar a ser un buen motivo de consulta. Y averiguar para qué
no se sabe qué decir, sería un motivo más
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17 de marzo de 2015
TANTAS FIESTAS
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