17 de marzo de 2015

TANTAS FIESTAS



Primera entrevista con Max, 43 años, comerciante y poeta. Le costó llegar, le costó acomodarse  porque ya no tiene claro para qué pidió una consulta.
Finalmente dijo:
-Cuando iba al secundario, mis amigos adoraban a mamá.
Milena era una madre joven y llamativa con su peinado de varios pisos. Amable, sonreidora, tierna. Siempre una palabra de aliento. Sabía cada cosa de cada uno. Chicas y chicos del club se sentían afortunados si eran parte del picnic que Milena organizaba con sus dos hijos y su marido. Y a todos compraba helado doble. Y todos estaban invitados a sus despampanantes  cumpleaños.  
En una de las tantas fiestas que se organizaban en su casa,  en el cuarto de las escobas Max, de casualidad, descubre a Milena con la blusa abierta y la falda alzada besándose con un compañero del colegio. Un segundo la vio y Milena lo vio verla.
Max salió corriendo y lloró y gritó y se emborrachó pero no dijo nada, ni a ella, ni a su padre, ni a su hermana.  
-En cuanto pude, me fui a vivir solo. La odiaba. Traté de visitar a mis viejos lo menos posible. No quería que me diera explicaciones, tampoco ella lo intentó. Hice mi vida. Me casé, me separé, tengo un hijo. Y ahora…

El mes pasado a Milena le diagnosticaron cáncer de mama. Desde que lo supo, a Max le cuesta  dormir y pensar.  Cada día se promete llamarla o escribirle o mandarle un breve mensaje, pero no puede. O no sabe. O no sabe si quiere. Además: ¿qué decirle? 
Encontrar qué decir y qué no decir -le señalé-  podría llegar a ser un buen motivo de consulta. Y averiguar para qué no se sabe qué decir, sería un motivo más




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