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No especifica si tenía cinco o seis años cuando
emigran. Leo sólo recuerda un barco grande, gente, tanta gente y él con fiebre
y llorando. Al arribar, más gente reclamando cosas imposibles. Los dejaron ingresar.
Su papá era periodista y en el nuevo país es
ayudante de un camionero; su madre, que fue la mundana del pueblo, los fines
de semana ayuda en una panadería. Leo en la escuela: chicos en pandilla y él
afuera, departiendo apenas, pasando calor y pasando frío sin la ropa precisa;
y con miedos que jamás se enumeran porque a cuál, para qué, en qué momento. Era
el mejor en dibujo y en matemáticas y nadie lo adivinó.
Después nace su hermanita bautizada con el
nombre de la patrona que les alquiló el departamento sin pedir referencias.
La niña puro mohín habla, idioma local, sin parar, por encima de la radio de
la vecina que era insoportable (la vecina y el programa).
Un día -no podría precisarlo ya que él, Leo, era a veces chico y a veces
grande- el padre se quedó en la cama hasta que perdió el trabajo y la ironía
y el enfado. Se aventura mamá y abre una minúscula chocolatería en un barrio
imposible que poco pero crece (el negocio y el barrio).
La hermanita tuvo su fiesta de quince. Leo tuvo
su primera novia y besos arrebolados con otra muchacha en el verano. Y fue
justo en ese verano que Leo comprendió la epopeya del hombre desde que
abandonó el agua en pos de ser Humano. Fuimos peces, se dijo, nadadores
fantásticos zambulléndonos hasta el fondo del fondo para conversar con las
sirenas y dejarnos llevar hasta la orilla opuesta, hasta otro Continente. Y supo
así quién era él. Y más supo quiénes
eran sus padres.
Leo no emigró.
Quería, claro que quería, pero se quedó siendo
fiel al principio familiar de ser feliz en el forjar y el arriesgar. Leo es
el padre de mis sobrinos. Y mi vecino. Y mi confidente.
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7 de abril de 2015
A CUÁL, PARA QUÉ
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Es la historia de mi vida. ¿cómo lo supiste?
ResponderEliminarMe hiciste llorar. Gracias, muchas gracias.
Emy: soy yo la que agradece.
ResponderEliminarEsta es, puede ser, esta siendo la historia de muchos, de demasiados, Nuestros padres o abuelos. Siempre nuestra de alguna u otra forma, salidos del lugar, desarraigados, a punto de irnos y a punto de volver.
Mi tema, este blog, es la distancia. Las distancias.
Un abrazo.
Marta, no he sido protagonista de una historia parecida pero leyendo tu relato siento una inmensa empatía por los hombres y mujeres que ha tenido que luchar tanto por tener derecho a ser felices.
ResponderEliminarComo siempre, muy bello y humano tu capítulo de hoy
Ana: derecho a ser felices: qué linda manera de decirlo.
ResponderEliminarIncluye derecho a luchar, armar fantasías posibles e imposibles, arriesgarse y perder la partida a veces y reincidir en el riesgo. Salir. Salirse de sí mismo para estar en un lugar donde las cosas parecen que no son pero sí son. Volver de donde no debieron irse. E irse de donde era urgente y necesario.
Para conformar una historia que otros deseen contar... Un relato lleno de virtudes Marta, lo he disfrutado.
ResponderEliminarSaludo afectuoso.
Sete.
Setefila, sí, una historia que otros deseen, precisen, anhelen contar. Emigrar es una historia con tan variados escenarios, personajes insólitos e inesperados, con voltereras en su trama como una ficción. Una larga e incluso interminable ficción.
EliminarMuchas gracias por tus palabras. Y un abrazo para ti también.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe emocionó mucho este relato, Marta. Me hizo pensar en mi abuelo croata que emigró los 17 años a Argentina a "hacerse la América" con la idea de regresar con los bolsillos llenos, cosa que nunca ocurrió. Siempre fue tan pobre como lo había sido en Croacia, pero feliz, con una familia a la que le faltaba de todo menos amor y respeto. Lo recuerdo especialmente esta semana porque acabo de visitar su país.
ResponderEliminarMaría, perdón por responderte tan tarde, recién descubro tu comentario.
EliminarVolver al lugar de origen con la sensación que valió la pena irse era el sueño de muchos. Y después, quizá, descubrieron que lo mejor era quedarse, o que se habían perdido las opciones de elegir. Amor y respeto, en eso creciste. Y desde allí le honras con tus palabras.
Un abrazo, y muchas gracias.