Llamado de una alumna a mi teléfono privado, domingo a la noche.
-Hola…
-Hola, soy Maru Schiavi.
-Hola Maru, ¿cómo estás?
-Mal.
-¿Puedo ayudarte?
-No.
-Quizá puedo escucharte.
-¿Ahora?
-Sí, claro, ahora.
-Me fui de casa. Ayer me fui. Lo decidí de un momento a otro y me fui. Abandoné
a mi hijo…
-… ¿qué edad tiene?
-Diecisiete años…
-…pero…
- …yo tengo 33, sí, y parezco menos encima. Fue un encuentro de
verano, con un noviete que ya ni me acuerdo el nombre. Me embaracé y quise
tenerlo: era una mocosa. Vivo con mis padres y con mi hijo. El chico es bueno
pero tiene malas amistades, y está fatal: no quiere estudiar, no le importa
lo que le digas, desaparece, nunca se sabe de dónde saca el dinero… Estoy
agotada. Estoy harta…
-…y te fuiste.
-Por ahora, a lo de una amiga que ellos no
conocen porque es una colega de la clínica. Sabes: ¡odio dejar a mi hijo! Y me odio por haberme metido en esto. Y odio a todos los que no me
advirtieron en qué me metía. Y odio ser psicóloga porque no hago más que
cuestionarme. En la última clase hablaste del dolor y de la piedad ante el
dolor, y me di cuenta que ni tengo piedad ante mi propio dolor.
-¿Qué te parece si nos encontramos mañana a tomar algo
y charlamos?
-No. No quiero tu piedad.
-Podríamos hablar de tu piedad.
-No gracias. Solo quería decirte que no
seguiré yendo al seminario. Lo siento. No puedo. No puedo seguir con nada.
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18 de mayo de 2015
SEGUIR CON NADA
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Marta: sin duda la profesión no nos salva, quizá nos expone más al dolor. Mari tiene ese dolor demasiado guardado por 17 años o desde antes. En algún momento podrá seguir.
ResponderEliminarSin duda, colega, la profesión nos expone.
ResponderEliminarY tampoco nos salva de un gran dolor propio, una incapacidad de desbrozar deber de querer, una visión en tinieblas del futuro, unas ganas de salir corriendo aunque más no fuere por poco tiempo y a ningún lado, unos miedos insalvables y otros posibles.
También creo que Maru regresará a casa, pronto, por ella, por el chico, por lo que tiene apostado en esa vida.