2 de noviembre de 2015

VOLVER A LOS DIECISIETE

                                           


Bibi 17 años. Sarita, su madre, 51.
No soportaba Bibi el estilo de la madre. Desde su aspecto informal –incluye cabello demasiado corto canas rulos-, hasta la forma de esquivar cualquier paseo en común o acercamiento. Sarita tan distinta a las madres turgentes y salidoras de sus amigas.
Un día, no precisa Bibi cuál, la madre se descompone en la calle. La internan. A las semanas fallece. No hay diagnóstico. El padre antes que prescriba el duelo, o al menos que pase el tiempo de la prudencia, se casa con una amiga de la infancia o quizá amante de toda vida o de media vida. Bibi nunca investigó, pero tampoco los frecuenta.
Llega a sesión puntualísima. Todavía quitándose el abrigo comienza su relato.
-Ay, me moría por llegar y contarle. Resulta que me desperté en medio de la noche tarareando esa canción de volver a los diecisiete después de vivir un siglo… ¿la conoce, no? No tenía idea de dónde salía eso. Se me venía a la cabeza versos sueltos como: hasta la dura cadena con que nos ata el destino… O ese de: … entró el amor con su manto… Me senté en la cama. A pensar. Y de golpe, así, de golpe me di cuenta que era YO volviendo a mis diecisiete, y por lo tanto mamá estaba viva. Me puse a charlar, a charlar, lo juro. Así, tranquilas, bajito. Le pregunté tantas cosas, le pude contar lo que pensaba de ella, de nosotras. Fue respondiendo con tanta claridad con tanta sencillez…Y entonces -“después de vivir un siglo”- ahora entendía su desánimo, su pura melancolía, pude comprender que esa ropa y las canas y el silencio tenían un motivo, un sentido, era casi un mensaje. Me abrazó mamá. La abracé. Le dije que la quería por si antes no se lo había dicho. Y cuando me dijo que me quería recordé las tantas veces que me lo había dicho.




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