2 de marzo de 2016

CONFRONTACIÓN





En cuanto terminé la jornada de trabajo, lavándome los dientes antes de ir a dar una charla, me di cuenta que estaba harta. Hartísima. 
Cero ganas de presentarme ante mis colegas para zambullirme en el inevitable clima de confrontación; y siendo obvio que el presente es un pasado del futuro, de todas formas continuar machacando en lo acaecido y por acaecer, en lo que hubiese y debería. Hartísima.
Fue justo antes de partir porque el último paciente de ese día, doctor en varias filosofías y capitoste en instituciones varias, utilizó la sesión para denostar a los que se niegan a pensar como él lo que él tan bien lo piensa. Y en el vilipendiar incluyó a gente que respeto, algunos que aprecio o en quien confío, personas que saben y callan y otras que saben y dicen. Y mientras él argüía –con habilidad y verba- permanecí callada. Está al tanto que no opino igual: no lo oculto en público aunque, por supuesto, jamás debato en consulta.

Fui a dar la charla.
Aclaré que lejos de ajustarme al tema pactado, me centraría en lo que al lavarme los dientes descubrí. Y así, tras mi improvisada exposición y tras un espeso silencio del puñado de colegas presentes, nos lanzamos con impaciencia mas con respeto a encontrar aquello en lo que acordábamos que no era mucho pero hacía bien.
Estamos aprendiendo.




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