-¿Y
entonces?
-Entonces
–me contestó él- me puse a escribir el libro que nadie leerá ni menciono que
estoy escribiendo, y mi mujer, que ni a mi mujer llega, me amenazó, o creí
que era amenaza, que de persistir me
obligaría a consultar a los que examinan extraviados de
discernimiento e itinerario, aunque, aclaro, si heme aquí, achicopalado ante
usted doctora o licenciada o como le guste que la llame o se merezca por diploma
y trayectoria, si arribé a este consultorio trastabillando a ratos y en susurro
todo el tiempo, no es por obediencia a mi mujer que de facto ni lo es, sino para indagar si escribir aquello inútil de ojear incluso, es intemperancia o terquedad por lo
que ameritaría convertirme en paciente ambulatorio o internado, y que si dado el
caso que paciente deviniere podría o debería continuar escribiendo para nadie, mal
que le pese a mi mujer, esa que me gustaría que lo fuere mas a ella no le
apetece ni tampoco que se lo solicite ni tan siquiera que lo manifieste, tomando en cuenta que ya he escrito y publicado y recibido halago y crítica suficiente como para
saber que lo que hubo de decirse y he dicho ha sido sabihondo, redundante y
olvidable, y ahora busco descansar de leedores y amanuenses y dedicarme al
placer de la palabra que viene y va a sotavento.
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21 de febrero de 2016
ESCRIBIENTE
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Muy divertido.
ResponderEliminarEsa voz es "sabihonda y redundante" como la de algunos de los visitantes de Don Isidro Parodi.
Sabihonda, encoturnada, prescindible. Y ahora el escritor quiere retirarse o cómo se llame, ver qué dice tras la verba y la pomposidad, encontrar la palabra lisa, alisada. Y parece que sobre todo le gustaría encontrarla a ella, pero ella, ay, no se deja.
ResponderEliminarMe parece muy bueno!!
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