Qué quiere que le diga, dice Pascual. A veces pienso en cómo calificar eso, eso que pasó, que me pasó, sin herir a nadie, sin parecer un desalmado.
Pascual, recién salido de la adolescencia, con grupete
de amigos viaja al sur de Chile. Un hotelito de pueblo, una familia que lo
regentea, chica ojos zarcos la hija del dueño. Se atrapan, se enlazan, se apalabran.
Pascual regresa a casa y tras muchos llamados y cartas,
calla. Pero –dice Pascual- ella me encontró, y cuando me encontró me soltó la
noticia, y la noticia era que estaba embarazada, y la noticia se completaba
con que era mío. A viento y marea lo tendría. Punto. Le ofrecí ir, no quiso. Le
ofrecí algún tipo de ayuda, menos. Nomás quería avisarme.
Fue un varón, y Pascual lo conoció cuando tenía 10
años. No sé cómo decirlo, dice Pascual, pero al verlo, a ese mocito lindo,
tan increíblemente parecido a su madre y a mí y a mi padre y mi abuela, tan
parecido, digo, y aun así no me emocionó, no sentí que tocaba el cielo, o que
el Cielo mismo me avisaba algo que debería avisarme y no llegó. Propuse una
beca o algo así. Nada. Que lo conociese y punto.
Hace tantos años. Pascual es abuelo. Y abuelastro. A
veces piensa en aquellas insospechadas consecuencias. Y si a veces también se
lamenta, de inmediato se consuela.
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5 de junio de 2016
QUÉ LE DIGO
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