Ir a la Capital. El problema está
controlado pero hay que examinarse cada año. Viaja sola, como siempre; seis
horas en el micro nocturno. Reservó fila 10 ventanilla, rogando que el otro
asiento no se ocupe. Sin embargo. A su lado se ubica a último momento un
joven edad indefinible. La saluda con sumo respeto, coloca su mochilita bajo
el asiento y se dispone a leer. Sarita espía: es un libro en inglés, inglés
ella no sabe.
El paisaje transita. Cierra los ojos
aunque sabe que como siempre no ha de dormir.
En algún momento –después Sarita no
podrá describirme cuál exactamente- el joven con una mano sólida y membruda
remonta hasta su nuca y desde allí derrapa sin prisa hasta eternizarse en un
pecho, merodeando el pezón sin tocarlo, sin tañerlo. Luego, en un andar riguroso,
dos dedos llegan hasta el borde permitido y allí ensayan un floreo que es manso
pero hondo pero sagaz y presto. Dos dedos que se detienen y retoman. Se
detienen y la urgen. Se detienen y arremeten. Fue entonces que enmudeció el vendaval
que vivaqueaba más allá del campo y las casas y la noche, y Sarita comprendió
de golpe de qué materia se constituye el mirlo que emigra lejos tan lejos.
Arriban a la Estación Central.
El joven mira a Sarita a los ojos,
saluda con respeto, recoge su mochilita y desciende de inmediato. El resto de
los pasajeros se agolpan en el pasillo, inquietos. Sarita como siempre espera.
No tiene apuro, claro que no tiene.
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12 de noviembre de 2016
COMO SIEMPRE
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