17 de junio de 2017

MILES



Tras prolongadas vacaciones, esta semana retomé la consulta. Los pacientes acudieron con las alforjas llenas.
Maricel como siempre prefirió deambular en silencio por el consultorio para luego, sin prisa, disponerse a hablar.
“Estoy pensando en mis padres. Pensando en lo que recibí de ellos. No me refiero a lo material, sino eso intangible que me permitió crecer. No comprendía entonces qué esperaban de mí, convencida además de que no estaban al tanto de lo que yo era o lo que precisaba. Los taché de egoístas, los acusé de que mi hermano y yo éramos sus satélites. Ahora me doy cuenta de las mil formas que propiciaron que nos vinculásemos con el mundo por nuestra cuenta, para saber aprender y recapacitar sobre ese aprender. Tantas cosas que ahora toman sentido por qué me las inculcaron o exigieron, y que me encantaría disfrutarlas como no lo hice en su momento. Pero, más que nada, me gustaría encontrar la forma de borrar mis tonterías, reconocerles el esfuerzo, de hacerles saber que no querría tener otros padres. Compartir con ellos miles de recuerdos. Y a los dos y a cada uno de ellos decirles….”.
Calló.
Y luego, sin prisa, en lágrimas preguntó cómo podría expresarle a sus padres los miles de agradecimientos pendientes.
Le contesté que eso era exactamente lo que ella acababa de comenzar a hacer.





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