Casualidades. Esa
noche hubo una única proyección de Dersu Uzala que aún
en aquel cine del confín es imperdible. Mi marido suspiró, lloré en
la escena que solemos y de regreso discurrimos sobre el ocaso y el morir.
Y al arreciar el alba
-el alba Dersu, el alba Uzala- llamó Iván al celular que pastorea en mi
mesa de luz. Atendí.
Iván es un ex paciente que
no continuó su tratamiento por razones que eran razones. Iván, hermano de
Paulina, con su hablar empantanado y estertores de frases me despabila. Corrí
hacia la cocina y trepándome sobre la mesada escuché.
Sin
aviso, sin preaviso, Paulina arriba pasada la media noche. La familia
descansa. Regresa la chica, menor y distante, sin aclarar si acompañada ni de
dónde. Enfila
hacia el baño sin rodeo. Acaso se descalza. Carga un paquete o trae lo que trae sin empaquetar. Nadie despierta, apenas la madre constata el mínimo golpe de pestillo de la puerta del baño que jamás tuvo llave. Ninguno oye, y si oír hubiera tampoco importunaría por la privacidad que el lugar exige-recalcó Iván.
Quietud
extrema, sin indicios. La niña de la casa, cándida presencia, se recluye en el
baño que ni cierra ni ha cerrado.
Pasa
un tiempo con ningún ruido o demasiado silencio, para el caso da lo mismo. Pasa
otro tiempo y otro y otro tampoco mensurado.
Después,
en un después remiso, el padre, el madrugador, la busca y encuentra a su hija
colgada de la ducha. Y despierta a Iván, despierta a la madre, y se viste
para localizar a un médico. No telefonea, irá en persona.
Sí,
había una carta pero el padre la destruyó antes que cualquier otra cosa.
Destruyó la carta antes de vestirse y a pie salir a buscar algún
médico.
Eso
es todo, dijo Iván, después la llamé a usted.
Contesté qué bueno que
llamaste, entretanto elucubraba cuál era mi papel en tal situación. Le
propuse a Iván concertar una entrevista en mi consultorio en un horario que él
estableció.
Nunca
vino, ni siquiera anuló.
Aguardándolo
no paré de preguntarme si tras su relato debí anunciarle
voy-para-allá sin importarme cuál papel iba a cumplir. Ir,
simplemente ir.
Divina historia. Cruda y clara.
ResponderEliminarUno no se imagina que el analista acompañaría a uno en un momento así.
Gracias Marta.
Soy yo la que te agradece tus palabras.
ResponderEliminarEsto no es más que ficción. Por eso me permito deambular en los meandros de una supuesta analista con sus miedos, dudas, entreveros varios.
Cuáles y cuántos analistas acompañarían a ese ex paciente y en tales circunstancias, ni me atrevo asomarme a la respuesta.
Y como analista, me privo de contestar: quién garantiza que pudiera cumplir lo que ahora dijera.
Coincido con Carlos, muy cruda, esta historia. Aunque no sé si tan clara. Nuevamente me apasiona que estés poniendo en escena los límites --o los márgenes-- de la práctica del análisis. Cuántos analistas se involucrarían? Dejarían todo? Hay que hacerlo? Me parece tan valiente que desde la ficción propongas esas cuestiones.
ResponderEliminarTremenda la imagen del padre destruyendo la carta, hay una grieta ahí, hay toda otra historia.
Gracias!!
Muchas gracias, Liria.
ResponderEliminarMárgenes, sin duda. Quizá, quizá digo, los márgenes estén para traspasarlos. Al menos para plantearse traspasarlos.
La analista de estas historias muestra ciertas dudas, y también cierto hartazgo por un enchalecamiento que ha de traer de lejos. Supongo.
Coincido en que la carta rota craquela y chilla. Desde esa grieta la analista se cuestionó si no debió ir, sin más, sin tanta vuelta.
Marta,
ResponderEliminarTrepidante relato que no te deja tiempo para pararte en una coma o un punto: todo los vocablos son importantes e imprescindibles. Me gustó mucho.
Besos, amiga,
Ann@ Genovés
Mi última publi, por si quieres visitarla:
http://annagenoves2012.blogspot.com.es/2012/04/tiempos-convulsos-donde-se-rompe-hasta.html
Muchas gracias por tus palabras, que me nombres amiga y la invitación.
ResponderEliminarLa narradora de esta historia hace referencia a otra de este blog que toca el tema de fantasear/tentar/ejecutar el suicidio.
Se trata de: A SOTAVENTO.
En ambas intenté trasmitir la carrera hacia la oquedad; quienes han podido contarlo refieren una urgencia de todas las urgencias. Un despeñadero al que hay que llegar.
Marta, disfruto mucho leer tus escritos, posees un lenguaje y forma de escribir que atrapa desde el inicio. En lo desesperado del relato como marcando una tragedia anunciada, las ansias del lector por querer y necesitar llegar al final se tornan evidentes. Un gusto leer esta prosa que blande tu pluma… Abrazos
ResponderEliminar“y no continuó por razones que eran razones”
Diego: muchas gracias por tus palabras.
ResponderEliminarSí, la desesperación exige términos y un ritmo que aluda a ese atrapamiento. Trato de encontrarlos, trato de usar y abusar de ellos.
Para los momentos en que el fondo nos toca -o nos atrae- creo que cada uno porta su propio vocabulario, y sorprende qué semejante suele ser al de los demás.
Terrible...Me gustó mucho...Gracias
ResponderEliminarEste relato conlleva otros relatos: desde el momento que Paulina se encerroja, pasando por los diversos silencios y silenciamientos, hasta que la analista se abulona en el (supuesto) deber. Y cada uno de ellos es -usando tu expresión- terrible a su modo.
ResponderEliminarMuchas gracias a vos.
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