26 de octubre de 2014

ALICE










Tony es mi contador. Su socio y pareja es Atilio. Cuando la ley lo permitió se casaron, pero en cambio tuvieron que buscar en la clandestinidad a una beba. Alice la bautizaron.
Cuando Alice cumplió cuatro años, sus padres prepararon con anticipación y minuciosidad una gran fiesta: payasos, acróbatas, un espacio para el juego, un espacio para adultos con sushi y otras cortesías. Sin embargo.
De los dieciocho compañeritos del kínder de Alice, sólo acudió un tercio. Alguno se disculpó con una excusa plausible, el resto silencio. Estuvimos los amigos, y tampoco esta vez se hicieron presentes todos los familiares. Festejamos tantas cosas ese día, incluyendo la inocencia de la niña que disfrutó el agasajo sin contabilizar ausentes.
Tuvieron una reunión con la maestra sin mayor trascendencia. Pensaron en quitarla de la escuela, sí, pero Alice no quería perder a su amigo del alma Paco, ni a su compinche Stella, ni a su maestra ni a ese patio amarillo con oveja y gato incluido. Además, de cuántos otros colegios quizá tendrían que cambiarla.
-Pensar que la llamamos Alice –me dijo Atilio- por aquello de Alicia en el país de las maravillas. No nos esperábamos esto…
-¿No se lo esperaban? Mi querido: este no es el país de las maravillas. 




foto Rolf Rempel 


2 comentarios:

  1. La maravilla está en cómo verlo...

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  2. Sí, el país de la maravilla puede existir en nuestra mirada, en nuestra fantasía. Pero para estos personajes no les bastará, por ahora, con eso.
    Alice tendrá que luchar contra tanto prejuicio, contra tantos miedos, incluyendo los propios por supuesto. Y veremos cómo logramos luchar nosotros, en tanto.

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