4 de enero de 2016

NUEVO AÑO





Algo así como vecinas. Rita trabaja en la panadería del barrio, Emma vive a pocas cuadras y cada mañana allí va en busca de sus cuatro panes integrales. Se saludan con simpatía sin tutearse.
El 31 de diciembre Emma compró ciertos productos y se arrepintió en el momento; eligió cosas que nunca, demasiadas, casi absurdas. Rita la atendió con paciencia al filo de la hora de cierre.
Rita: ¿Festejo íntimo?
Emma: No. Sí. Bueno, sí, intimo.
Rita: Qué lindo, es lo mejor.
Emma: ¿Usted en familia?
Rita: No, mi familia está muy lejos y hoy tenía que estar acá…
Emma ni pasó por la frutería, sólo adquirió una botella de vino tinto de buena marca y otra del blanco habitual. Y unas flores, de esas que duran. Y en cuanto llegó a su casa, en cuanto vio la mesa de la cocina que odiaba y las cortinas que odiaba y ese televisor viejo que odiaba, supo.
Llegó corriendo a la panadería que ya cerraba. Rita dejó de limpiar y le abrió la puerta. Emma le dijo que pasaría el Fin de Año sola (tal como Navidad y el cumpleaños, sin mencionarlo) y que la invitaba a su casa a festejar.
Rita aceptó de inmediato. Llevo el postre, aclaró.

Bromearon y eran carcajadas. Comieron mucho y más bebieron. Detallaron infancia, cuitas, fantasías imposibles. Rita confesó que era ella la que estaba alejada de su familia. Emma se explayó en sus soledades e hipocondrías. Y de gatos hablaron. Y de que los hombres eran todos iguales o querían serlo. Rita no se quedó a dormir.

El lunes Emma va en busca de sus cuatro panes integrales. Rita ausente.
Desapareció –suspira el dueño-, y apenas dejó una nota que se iba a visitar a la parentela y que quizá vuelva: así es ella, nunca se sabe.



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