12 de noviembre de 2016

COMO SIEMPRE




Ir a la Capital. El problema está controlado pero hay que examinarse cada año. Viaja sola, como siempre; seis horas en el micro nocturno. Reservó fila 10 ventanilla, rogando que el otro asiento no se ocupe. Sin embargo. A su lado se ubica a último momento un joven edad indefinible. La saluda con sumo respeto, coloca su mochilita bajo el asiento y se dispone a leer. Sarita espía: es un libro en inglés, inglés ella no sabe.
El paisaje transita. Cierra los ojos aunque sabe que como siempre no ha de dormir.
En algún momento –después Sarita no podrá describirme cuál exactamente- el joven con una mano sólida y membruda remonta hasta su nuca y desde allí derrapa sin prisa hasta eternizarse en un pecho, merodeando el pezón sin tocarlo, sin tañerlo. Luego, en un andar riguroso, dos dedos llegan hasta el borde permitido y allí ensayan un floreo que es manso pero hondo pero sagaz y presto. Dos dedos que se detienen y retoman. Se detienen y la urgen. Se detienen y arremeten. Fue entonces que enmudeció el vendaval que vivaqueaba más allá del campo y las casas y la noche, y Sarita comprendió de golpe de qué materia se constituye el mirlo que emigra lejos tan lejos.

Arriban a la Estación Central.
El joven mira a Sarita a los ojos, saluda con respeto, recoge su mochilita y desciende de inmediato. El resto de los pasajeros se agolpan en el pasillo, inquietos. Sarita como siempre espera. No tiene apuro, claro que no tiene.




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