En el inicio de la guerra, cuenta, papá hizo lo posible para que continuasen mis clases de violín. Y eso que no eran tiempos. El vecino que ocupaba el bel étage, músico de cierto renombre, en consideración a la familia y sobre todo a mi madre de la que era admirador, había aceptado recibirme una vez a la semana un tres cuartos de hora eterno. Renegaba por blandura digital, torpeza de arco y hasta por el exceso de mis pies. Odiaba las clases, se sobreentiende.
Años después, quizá cuarenta, quizá cincuenta, de vacaciones en Ginebra, en el lobby del hotel y a la espera de que nos recogieran... (aquí detiene el relato para consultar a mi suegra:¿Nena, cómo se llamaba el hotel? D'Angleterre, querido)
En ese lugar, continúa, a punto de partir y perderme la oportunidad de esta historia, un viejo pasita de uva -elegantemente desgastado el atuendo y noble bastón a su vera, hundido en un sofá junto a la salida- me observa con insistencia incomodante.
Decido de una vez enfrentar el asunto y me hundo en el sofá de enfrente. Te llamas Max, pregunta el viejo. Max me llamo. Fuiste mi alumno de violín, dijo. Ni terminó la frase que ya en tropel y turba aquellos momentos vividos llegaron a mi pecho.
No me animé a abrazarlo; le estreché la mano como antes y le agradecí lo que nunca agradecí. Transcurrieron décadas, horrores de toda laya, y él sin embargo pudo ver al chico que fui.
Y como a un chico todavía se te ve, acoté sonriendo.
Mi suegro no sonrió.
Llama al siguiente día. Quiere hablar conmigo acá, en el consultorio. Para recibirlo cambié el horario a un paciente, y compré su té verde preferido y las galletas de chocolate que, sé, le raciona el cardiólogo.
Probó y saboreó despacio, muy despacio. Y cuando solo restaba ir al motivo del encuentro, se puso de pie y dijo: desde hace semanas debo usar pañales y querría contárselo a mi hijo que viene a ser tu marido pero me da vergüenza ¿podrías hacerlo por mí?
Ficción o realidad? Un suegro de que vivió eso? Y la foto es de Ginebra?
ResponderEliminarFicción, siempre ficción.
ResponderEliminarDe hecho, no he tenido suegro: falleció cuando yo era muy joven para conocerlo.
Este suegro de ficción, que cuenta historias de entonces y -claro- le cuesta contar las de ahora, es un homenaje a aquél.
Y en cuanto a la foto es de Lausanne. Pero podría ser de Ginebra en el mismo otoño.
Qué profundo valor tienen los recuerdos. Y cuando más pasa el tiempo, más valen porque ocupan ese lugar que estamos perdiendo.
ResponderEliminarLo obvio es que los recuerdos son un lastre para algunos, y para otros la raíz. Creo que en ambos casos, los recuerdos son futuro, lo quieran así o no.
EliminarEn cuanto al lugar que estamos perdiendo, me encantaría que nos contaras algo más.