Mi marido dijo va a ser difícil.
De todas formas acepté la invitación. Se trataba de reencontrarnos los participantes de un seminario intensivo dictado hace casi diez años por un pope del psicoanálisis al que juzgué barroco y pedante.
Fui. Acudimos mitad de los convocados a una casa soñada, arboleda, medias luces, enormes cojines en el piso.
Se bebió sin miramientos, yo intercalé agua mineral.Te ves igualita, apuntó una botox progresivo. Pensé muchas veces en llamarte, otro que mintió.
Fui. Acudimos mitad de los convocados a una casa soñada, arboleda, medias luces, enormes cojines en el piso.
Se bebió sin miramientos, yo intercalé agua mineral.Te ves igualita, apuntó una botox progresivo. Pensé muchas veces en llamarte, otro que mintió.
Y trascurrimos desde la crónica de epopeyas personales a utopías perimidas o arteras, para al fin recalar en un asunto cohesionador: vida y obra de los que faltaron. Los destajamos uno a uno hasta llegar al que dictó el seminario.
Entonces tocamos fondo.
Entonces tocamos fondo.
Es que ese hombre tras el divorcio salió a conocer más allá. En un pueblo caribeño conoce una mujer de vida espinosa (el eufemismo no es mío), madre soltera e inconfesable cantidad de años menor.
Se enamora. Enloquece.
Con tal de estar con ella vuela continuamente a pesar que sus pacientes chirriaban por tantas y largas interrupciones. Le propuso casarse y adoptar al hijo y que se mudara a este país. Le envió metálico visas directrices. Pero cuando debía llegar la mujer no llegó. Viajó a buscarla y ni la encontró ni nadie quiso o pudo dar razón.
Con tal de estar con ella vuela continuamente a pesar que sus pacientes chirriaban por tantas y largas interrupciones. Le propuso casarse y adoptar al hijo y que se mudara a este país. Le envió metálico visas directrices. Pero cuando debía llegar la mujer no llegó. Viajó a buscarla y ni la encontró ni nadie quiso o pudo dar razón.
El relato ensombreció. Desordenados en el suelo, así permanecimos.
Quienquiera preguntase si el sujeto logró regularizar el consultorio, no obtendría respuesta. Y al que exclamó “es que acaso los analistas nunca tendremos una vida afectiva normal”, quién iba a secundar.
Quienquiera preguntase si el sujeto logró regularizar el consultorio, no obtendría respuesta. Y al que exclamó “es que acaso los analistas nunca tendremos una vida afectiva normal”, quién iba a secundar.
Volví a casa a medianoche.
Mi marido por suerte todavía despierto.
Me acurruqué con él y solo dije, bajito, muy bajito, fue difícil tenías razón.
Mi marido por suerte todavía despierto.
Me acurruqué con él y solo dije, bajito, muy bajito, fue difícil tenías razón.
impactante
ResponderEliminarLa historia de los psi está llena de tropiezos, incluyendo los afectivos.
ResponderEliminarLa pregunta de si alguna vez los psicoanalistas tendrán una vida afectiva normal, realmente nadie va a contestar porque somos los últimos en saber qué es una "vida afectiva normal".
La foto me parece impactante.
Magistral.
ResponderEliminarIntento deducir el lugar de la foto. Calle adoquinada, mujer elegante con bicicleta en mano, hombres trajeados, cartel ilegible. Apostaría Frankfurt, Fressgass´ camino a Hauptwache, pero no estoy seguro.
Rodrigo: gracias por ese "magistral".
EliminarEs exactamente ese lugar. Y los trajeados del relato apuntan a los trajeados colegas que tuve, tengo, y éramos. Muchos de nosotros nos quitamos la corbata y otras escarapelas, por suerte para nuestros pacientes. Ya destrajeados, descorbatados y desescarapelados, empezamos a "escuchar" otras cosas. Por suerte para nosotros también.
vida afectiva normal?
ResponderEliminarqué es normal?
que miedo!
Qué es normal? Ni idea. Creía saberlo, pero cuando era joven.
EliminarYa saber qué es exactamente vida afectiva resulta difícil.
Tener miedo es lo corresponde.
El "agua mineral" intercalada, ¿era con, o sin gas?
ResponderEliminarEn esas ocasiones, siempre es con gas. No lo dudes
EliminarUn gusto leerte.
ResponderEliminarQue un pararrayos nos lea -dicen los personajes del blog- es toda una garantía. Nubarrones por doquier, relámpagos en el confín, meteorólogos alertas.
ResponderEliminarGracias por la atención.
Otra vez placer Leerte.
ResponderEliminarEs cierto¿que es normal?
jaja
tener vida afectiva y poder manejarse ya es algo.
yo /mujer divorciada despues de 32 años//estuve en pareja con un P.A. Eduardo Frydman que murio hace 4 años.
Ahora estoy en pareja con otro psicoanalista jaja//pero mi ex no lo era//te mando un abrazo //desde graciela
Suelo reparar en la forma, en la asertividad narrativa. En este caso es una especie de Morse narrativo, preciso y poco usual, que funciona muy bien. Es posible desglosar un conjunto de temas implícitos en el texto y dialogar extensamente en torno a ellos.
ResponderEliminarFelicitaciones y saludos Marta.
Muchas gracias Jorge: tu lectura tu mirada tu palabra: un placer.
ResponderEliminarEl Morse narrativo (expresión que -con permiso- copiaré en el futuro) supongo que arriba con el respirar. Exalar, inhalar e ir contando.
Y también supongo que los temas sobre/entre analistas siempre aluden y eluden a la "vida normal" que desconocemos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCreer que los analistas tienen una "vida normal" es causado por ellos mismos y su encuadre, en realidad nosotros nos desnudamos y ellos, a veces, no siempre, están vestidos como para ir de fiesta.
ResponderEliminarEl relato breve pero tan bien contado, me conmovió y me hizo pensar que si tienen una vida normal...Ja Ja Ja
Héctor: sin duda el mito de la vida bien trajeada de los analistas es autoinfligido.
ResponderEliminarYa es imposible definir qué es normal, pero querer darle una pátina de tal ha sido la tarea de algunos colegas. Infructuosa, por cierto. Por suerte.
Se es analista porque la propia vida está buscando una razón o una disculpa o una salida. No llega, pero se trata.