Aprender. De aprender se trataba y de milagro apenas recibida me aceptaron en el Departamento de Salud Mental de un hospital público. Era una mocosa que fantaseaba ser psicoanalista algún día. Como mocosa que era me encantó que en ese lugar me doctorearan desde el portero y desayunar en la cafetería donde las psi teníamos fama de escurridizas y los cirujanos de toquetones.
Nuestro Departamento mantenía una organización piramidal con un jefazo astuto en la cima de las cimas. Hacia abajo, coordinadores de los equipos integrados por colegas de distinto pelaje, sin cobrar honorarios la mayoría. De zagueros, principiantes como yo. Me integraron al impopular equipo de Interconsultas. Muchos le rehuían al coordinador gordinflón y macilento ‑apodo obvio El Oso-, de bajo perfil y nulo interés en la competencia por la jefatura. Además despreciaban tener que asistir a otras especialidades si a un paciente intratable o indiagnosticable lo reconvertían en “un psiquiátrico”. Tenemos un psiquiátrico, anunciaban en Dermatología, y hacia allí corríamos.
Llaman de Urgencias por “una histeria”. El Oso me invita a acompañarlo y acepto encantada. Aprender. Llegamos a la Guardia y los médicos (estresados eternos) nos conminan a librarlos del problema. Nos encontramos con una mujer de mediana edad, sentada en el borde de la camilla, gritando una letanía ininteligible, revoleando brazos y piernas. Desorbitada, imposible acercarse. Gemía, bramaba.
Quedé en la puerta del minúsculo cubículo, tiesa, aterida. Pero El Oso, veloz, da un brutal tirón a la camilla separándola de la pared, de un salto se encarama a espaldas de la mujer y la abraza y la abarca de forma contundente, total. Sin una palabra.
Ella poco a poco dejó de sacudirse, apenas se reclinó en el pecho de El Oso y sus berridos devinieron en llanto de dolor e injusticia.
Esa misma semana en la reunión general del Departamento el jefazo pide detalles del suceso. Qué le dijiste, qué le dijiste para calmarla, es lo único que quiere saber. El Oso responde con un silencio elocuente.
Qué le dijo me preguntaro a mí y yo, la recién/recibida recién/aceptada, permanecí en silencio también. Aquel día terminé de decidir qué clase de psicoanalista habría de ser.
Qué le dijo me preguntaro a mí y yo, la recién/recibida recién/aceptada, permanecí en silencio también. Aquel día terminé de decidir qué clase de psicoanalista habría de ser.
Se necesita pasar por las lecciones del Oso para ser psicoanalista?
ResponderEliminarSe necesitarían lecciones de El Oso para muchas otras tareas. Pero para ser psicoanalista, son imprescindibles.
ResponderEliminarLa hiper valoración de la palabra -siempre ligada a la idealización de La Palabra- puede hacer perder el rumbo sobre con quién y cuándo.
Ojalá hubiera tenido en los inicios de mi vida profesional a El Oso que me quitase el empacho de "conocimientos" que traía de la universidad.