24 de julio de 2012

OCULTADO




No sé por dónde empezar. Es sorpresivo. De hoy mismo. Una vez a la quincena coordino un círculo de reflexión sobre nuestros tratamientos fallidos con un grupo de colegas jóvenes deliciosamente irreverentes.
Hoy Bernardo -nunca falta- no logró disimular su cansancio. Bostezaba con discreción mas en el momento que cerró los ojos sus compañeros aludieron a su mal dormir. Para mi sorpresa se debía a que alimentaba por las noches a su beba recién nacida. ¿Bernardo papá reciente? ¿Cómo? Descubrí que el resto estaba al tanto y yo no; que se produjo tan cerca un embarazo, una ilusión, un parto, y jamás fui participada.
Lo felicité. Y la beba y la madre cómo están, quise saber.
La beba fantástica y la madre espero que bien, respondió. Enmudecí. Pero él de inmediato amplió: junto a su pareja “convencieron” (las comillas son de él) a una muchacha para concretar un alquiler de vientre. Durante los nueve meses la chica vivió cerca de ellos así como las primeras horas tras el parto. Ahora ellos dos cuidan a la criatura y se turnan para alimentarla de noche, Bernardo con mayor asiduidad porque el calendario de su marido anestesista es inamovible.

Improcedente ocultar mi conmoción si el sentido del grupo es pensarnos en nuestro oficio. Comencé señalando mi negación de que Bernardo fuera gay, condición que él, dicen, no pretendió ocultar. ¿Y a qué se debía que yo ni siquiera lo sospechase?
Mi primera aseveración fue: por prejuicio. Alguna forma de prejuicio sobre las condiciones “ineludibles” (las comillas son mías) para ser psicoanalista. Tema que pactamos seguir cavilando.
Y, continué, supongamos que no fui participada del nacimiento por la asimetría inherente a mi papel de coordinadora. Pero. Más allá de la homofobia que cada uno porta, tal vez nunca se me informó porque mi generación vive el asunto de forma que ‑piedad con los coetáneos- declino calificar. 
Confieso que habría preferido transparentar únicamente mi psi-prejuicios. La distancia generacional, acabo de descubrir, me pesa demasiado. 

foto: Genoveva Ayala

2 comentarios:

  1. Marta:
    Acabo de leer varias historias de tu blog. ¿cómo describir el deslumbramiento con que me inundaron tus mini historias? Esa desolación impartida, los giros inesperados de tu poética, la ironía que (con fugacidad) intentas aflojar el puño pectoral del dolor.
    Gracias. Me instalaré todos los domingos en tu Blog, día propicio para degustar mi propia soledad ante la amarga tarea que nos tocó oficiar.

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  2. Alicia: muchísimas gracias por tus palabras.
    Tarea amarga y dolor. A veces me reprocho no contar con tanta minuciosidad los momentos diáfanos, reparadores, divertidos, alentadores de nuestro oficio.
    Quizás, me digo, porque quiero escribir sobre las bambalinas de la profesión centrándome en las dudas, miedos, tropiezos y francas equivocaciones de la terapeuta que narra estas historias.
    Una terapeuta de ficción, sin duda, porque de alguna forma a la larga logra salir airosa. En la práctica, no siempre se logra.

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