No habla, pero ya hay voces. Ni tiene apodo y sin
parar lo mencionan. Arribará más adelante y está ya indignando.
Nancy –cincuentona, madre de Jerónimo y
que será la abuela de la criatura- se
ha enojado hasta perder el sentido de qué le exaspera y por eso solicitó una
entrevista. En principio viene a convencerme de que otorgue una pátina
profesional a su rechazo.
-Es antinatural- sostiene.
-¿Qué de todo lo que acaba de relatarme?
-La
adopción-dice, y baja la cabeza.
Jerónimo
y Chino esperan la llegada de un niño que adoptaron y el hecho está produciendo
un escándalo mediático además de familiar. Chino es demasiado conocido: su decisión ya
tuvo un espacio en revistas de chisme e incluso en un programa de TV
impresentable.
Por supuesto tengo una opinión formada sobre el tema
que, obvio, no expreso. Me centro en abordar los sentimientos de Nancy frente a
otras elecciones de su hijo, incluyendo las afectivas.
Es una mujer vivaz y sabe desgranar en catarata
episodios en los que denota estar poco involucrada, teñidos de una levísima
auto condescendencia.
-Culpa de mi marido que nunca pone límites, siempre
preso de sus mojigaterías –dice Nancy y de inmediato se tapa la boca,
horrorizada ante sus palabras. El marido en realidad apoyó a su hijo, no permitió que
sufriese cuando aquél supo quién quería ser, soportando las consecuencia de ser el padre de un chico “adorable pero gay”.
¿Entonces?
No aporto más que una pequeña intervención para alentarla a que continúe buceando, y eso
hace. Usa argumentos en un pie de página mental, a gran velocidad; tira de
puntas y ovilla y desanuda. Admiro su esfuerzo por sincerarse u oírse decir lo que
preferiría jamás haber pensado siquiera.
-Quizás
esto viene de lejos –concluyó- porque yo, yo fui la que nunca hablaba de forma directa sobre la homosexualidad de
Jerónimo; usaba eufemismos, como si considerara que era... anormal. No sé.
Quizás ahora la adopción la vivo como una variable de esa...
anormalidad. Ay, qué vergüenza siento: la palabra anormal es asquerosa.
Habíamos llegado al final de la entrevista y la
despedí dejando la opción de un próximo encuentro si ella lo solicitase. Veremos. Nancy no
precisa de un analista para darse cuenta de lo que se está dando cuenta.
foto: Klaus Reichenberger
Lúcido total! Las Nancys no ayudan pero saber que existen ayuda.
ResponderEliminarLas Nancys existen, sí.
EliminarTambién existen padres que permiten que sus hijos sean quienes desean ser.
Y contra lo que se supone, existen analistas asumiendo que puede no ser necesarios, que no convierten cada consulta en un tratamiento.
Muy bueno. Denso, mucho en muy poco.
ResponderEliminarMuchas gracias Rosa:
Eliminarasí, densas, puede ser las entrevistas. Cuando consulta una mujer capaz de zambullirse en sus miedos y prejuicios, y una analista escucha y actua domeñando sus prejuicios y miedos.