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Nos conocimos en el hospital y compartimos entonces
algunas confidencias. Jubilada de la psicología, acaba de publicar su primera
novela clara e inocultadamente autobiográfica: así supe lo que jamás dejó
traslucir. No tenía por qué hacerlo, después de todo.
Transcribo de esa novela algunos párrafos del capítulo cinco :
“Marchábamos al campo mamá y yo solas. Nos fuiste a
despedir y de pronto el tren parte y te vas achicando, enchambergado, con ese
halo romántico y tu boquilla desmedida. Apenas podía distinguirte cuando ya la locomotora se enfrentaba al paisaje de
casas traspapeladas en la pampa. Quedabas atrás, iluminado por la luz polvosa
del techo de chapa, al final del andén, levantando el brazo; y permanecías
allí, finteando los escupitajos de los maleteros que regresan midiendo la
propina. Cuando el vagón de cola pasaba a ser un espejismo, recién te
marchabas.
Pero una vez, una, te subiste conmigo. Solos. Una
aventura sin mapas en un tren que abordamos cuando el guarda pitaba la
salida. Sentados en primera clase, sin bártulos, a lo sumo una bolsa de
caramelos envueltos en celofanes para soltarlos en mariposas. Arrobada,
quieta, imaginando que cada pasajero sabía que ese era mi viaje, mi viaje con
papá.”
De inmediato la autora detalla
que tras la partida de ese tren la madre lloró, sin cesar, un mes entero en
el campo. Gemir y sollozar porque aquel señor, en el mismo momento, tomaba
largas vacaciones en familia –esposa, un par de muchachos- con los que vivía
en una casa de jardines, en otro barrio, lejos.
Solía aquel señor visitar a madre e hija cada tanto,
incluso se quedó a dormir algún fin de semana, casi a diario telefoneaba inquiriendo si
algo les hacía falta sin olvidar dejar saludos para la niña, para su hija.
Fue de un día para otro el anuncio de que por razones laborales se trasladaría con su clan -el oficial, el lícito, el admitido- a otro país, a
otro Continente.
“No lo vi más. No lo vimos más. No supimos de él. No
llevo su apellido. No me le parezco. No lo había nombrado hasta ahora. No lo
lloré. Ni pienso.
foto: Genoveva Ayala
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22 de marzo de 2014
VIAJEROS
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Me ha recordado esos micros que escribo con mamá. Me gustó mucho Marta. Un besote, Anna
ResponderEliminarGracias, Anna. Tu lectura siempre le hace bien al blog, lo guía, la abre las preguntas que es preciso hacerse sobre las cosas y sobre las gentes. Un abrazo, Marta.
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