A punto de terminar su sesión, Ismael dijo:
"En estos días
que redundante e ineludiblemente se impone hacer un balance, en voz alta me
pregunto ¿por qué la vida? De inmediato me respondo: no sé. Entonces para qué
te lo cuestionas, vuelvo a interrogarme. Y enseguida me contesto: es que uno debe hacerse esa pregunta".
Ismael es un holandés de 71 años. Cuando a Domburg, su
pueblo natal, estaba por llegar la ocupación, una institución evangélica
lo rescató. Nunca más supo de sus padres. Ni de su hermana mayor, los
tres abuelos, un par de tíos, el maestro de violín, una vecina que
descascaraba nueces.
Creció en este país en un hogar de acogida; lo
trataron con deferencia, sin amor. Antes de terminar la secundaria abrió un
kiosco y allí vivió, en la trastienda; con el tiempo el kiosco devino en
librería y la librería adosó un café de pocas mesas. Creó una familia – incluye
cuatro nietos- a la que adora.
Me consultó el año pasado, sin mucha convicción,
empujado por su mujer. Fue pocas semanas antes de viajar por primera vez a
Holanda; y al regreso retomó las sesiones para enhebrar lo que vio y lo que abrochó y lo que dejará a un lado por siempre.
A punto de terminar la sesión, Ismael dijo lo que dijo.
Ya en la puerta nos deseamos felices fiestas y nos dimos un abrazo. Cuando se
fue, al fin pude desatar mi congoja: venía aguantando desde que comenzó con
sus preguntas y me di cuenta que tampoco tengo una respuesta.
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21 de diciembre de 2014
ME PREGUNTO
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Conmovedor
ResponderEliminarÁngel:
Eliminarmuchas gracias por tu comentario.
La pregunta sobre qué y cómo somos, está -¿debería estar?- cada día presente. Tengamos la historia que sea.
Al final del año suele reaparecer la evidencia que es una pregunta para respuestas paradojales.