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Y entonces -dice Fabián en mitad de la sesión- usted
cree que Las Fiestas se han convertido en un examen.
Fabián es más joven de lo que sospecha.
Hace tiempo que sus padres fallecieron, uno tras otro;
el resto de la familia –hermana, cuñado, dos sobrinos- que lo ama y requiere,
hace unos meses se mudaron al campo. Fabián pasa del campo.
Tuvo novia. Ahora no. Los mejores amigos, Dinah y
Carlitos, festejan Año Nuevo con las respectivas familias; en una ocasión lo
invitaron y a la hora del brindis algunos se olvidaron de abrazarlo.
En el trabajo ya sufrió la celebración multitudinaria,
en un lugar acojonante, casi obligado a besarse con una chica que ni conocía
ni le gustaba.
Fabián busca convencerme de que no hay salida, que su
destino es emborracharse solo, viendo retozar a la farándula en la
televisión.
A renglón seguido, interpreta que el examen-sí, sí,
mencioné que Las Fiestas corren el peligro de convertirse en eso- lo urdimos
(me incluye, claro) para que él lo repruebe.
No es un paranoico: está desencantado, está dolorido,
está necesitado.
Odio las obviedades y no inquirí quién estaba
inspeccionando a quién, o cómo se aprueba/desaprueba semejante examen. Seguí
callada. Dejé que se interrogase por su cuenta, porque sabe por cuál camino e
intuye gran parte de las respuestas.
Terminó la sesión y el tema flotando aún.
Acabo de recibir su mensaje: “…me hice la pregunta que
supongo usted quería que me hiciera, y la contesté. Voy a invitar a un montón
de gente a casa…”.
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14 de diciembre de 2017
Y ENTONCES LAS FIESTAS
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