25 de febrero de 2012

EL TURNO DE FRANK


Fuimos compañeros de la universidad. Frank se recibió de psicólogo con las mejores calificaciones y al revés de muchos instaló su consultorio en una barriada popular. Una década más tarde, parte su vida con un corte quirúrgico incluyendo dejar para siempre la profesión.
Y abrió una librería. Cada tanto la visito, hojeo libros, compro algunos, y charlo con él. Compartimos añoranzas e indignaciones varias y esta última vez, excepcionalmente, desenrolló una confidencia. Mi problema son las agujas, así comenzó.  


Frank aborrece las agujas, incluso las de coser. Si van a inyectarlo, o sobre todo a extraerle sangre, sufre por anticipado (insomnio de rigor). Y solo cuando no quedaba otra opción, sin compañía se presentó al laboratorio. Aunque tempranísimo la sala de espera rebalsando. Ese detalle esquirla su cordura. Apoyado en la pared fantasea amotinarse. Suspira. Resopla.

Al fin su turno.
La enfermera que lo recibe en el pequeño cubículo le resulta conocida aunque Frank supone que alucina. No. En efecto se conocen y ella le recuerda de dónde. Fue su paciente por poco tiempo porque él, fulminante, sin dar motivos ciertos, le comunica que finiquita el tratamiento. Le exigía una razón y él que no podía ni debía responder solo repitió es/imposible/continuar. Ella rechazó ser derivada y dejó concurrir antes de la última sesión.
La enfermera refiere estos hechos con delicadeza e imágenes justas. Frank escucha con los ojos cerrados: he ahí las agujas, y los recuerdos de esos momentos turbios y turbulentos previos a cancelar para siempre la consulta. Le gustaría dar esa explicación que le debe pero no asisten las palabras. Desea llorar pero aguanta pues ella no se lo merece.
Es entonces cuando la enfermera se libra de los guantes descartables y acerca su mano derecha a la frente de él. Nunca la apoya, la acerca. Y la mano izquierda aproxima a la nuca, sin rozarlo. No le dice nada. No dicen nada. Así permanecieron hasta que Frank lograse percibir como la  angustia  –serpentina, saltimbanqui- sale, corre, lo suelta.




8 comentarios:

  1. Me gusta "Ese detalle esquirla su cordura". Leyéndote entre góndolas y paisajes que parecen dibujados.

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    1. Por cierto, esas góndolas y esos paisajes que SON dibujados pueden esquirlar corduras.
      Cuántos tipos con la imaginación como oficio, no han sucumbido (es un decir) en ese lugar. Cuidado!
      No olvides de traes de vuelta historias para tu próximo libro que hayas escrito ahí mismo .

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  2. Muy cierto, Marta. Busco inspiración pero no quiero terminar como Donna Leon.

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  3. Nunca.
    Y no dejes de hacernos conocer el libro con historias que crecieron allí -con o sin cordura- e imagino que continúan en Frankfurt.

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  4. Es interesante que muestres la debilidades de nuestra profesión.

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  5. Estimado L.W.: por qué motivo exhibir las posibles debilidades de nuestra práctica?. A qué conduce?. Quién se beneficia? Acaso a nuetros consultantes? Dejemos abierta la pregunta.

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  6. En nuestra profesión es fundamental la conciencia de la debilidad y operar con ella.

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  7. Sí, la pregunta ya está abierta, el problema es si se toma el riesgo de dar más de una respuesta. Cierto aire de santidad envuelve a nuestra profesión, con sus cultos y acólitos, comencemos por cuestionar/nos al menos eso.

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