20 de abril de 2012

VEDA





Superviso a un grupo de colegas. Muy jóvenes. Al oírlos percibo un cierto desprestigio de la ilusión –quimera simple quimera, refugio, ensueño- e incluso uno solicitó el manual de uso. 
Ayer les conté la experiencia de Froilán, un psiquiatra. 

Una suave muchacha insomne llega a su consultorio tras un desmayo. Al segundo desvanecimiento el profesional cita a la familia. Ambos padres, aunque divorciados, se presentan; y Froilán, hombre de todas las solterías, se apasiona loca y desesperanzadamente de Inés, la madre.
Inés trabaja en una agencia de viajes y Froilán, bajo otro nombre, envía un mail pidiéndole asesoría para sus vacaciones: ¿qué tal Estrasburgo? 
Ella aprueba: “... dicen que en Estrasburgo las mansardas son mascarones de proa emigrando, dicen que ciertos bulevares nacen en los sueños de su gente, dicen que la luna no asoma sino que se ofrenda”. 
A partir de allí los mensajes se personalizan. 
Él se inventa una vida solitaria entre campos de algodón y atardeceres galopando en la frontera de tierra y cielo; hombre que pilotea su avioneta cuando no lee poesía o la escribe.
Inés picó. Y picó porque venía arribando al crepúsculo sin galopes ni fronteras. 
Inés avanza. 
Él retacea: nada de fotos: dejemos correr la fantasía. ¿Vernos? Imposible por ahora, la cosecha, el granizo, la sequía. Inés exige definiciones tomando en cuenta que las palabras añoranza, promesa, deseo, ya se intercambiaron.

Froilán, aterrado, consulta a su vieja analista. Y ésta sin vacilar señala que en toda circunstancia lo mejor es atenerse a la realidad. ¿Realidad? A cuál de todas eso no le especificó.
El final se precipita. 
Froilán envía la abdicación a Inés: que no le escribiese, que por favor no ahondara su dolor, que jamás la olvidaría, que Estrasburgo era un sueño imposible y él un hombre enredado. 
Mis jóvenes colegas quisieron saber si acaso yo era esa analista. Por ahora me guardo la respuesta.




foto: Genoveva Ayala

4 comentarios:

  1. Un escrito muy bien narrado, admiro la pluma que blande tu sentir y experiencias. Y es cierto, a veces es más fácil sumergirnos en una vida virtual, donde podemos ser lo que la realidad nos impide. Y cuando es vida ficticia supera la realidad, abdicar no es lo más apropiado, mas sí afrontar las consecuencias de lo que se ha generado. Pues escudarse en el anonimato para dejar de ser nosotros mismos, habla de la poca seguridad que nos reviste nuestro propio ser. Abrazos

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    1. Diego: gracias por tus palabras.
      Trato en cada historia de poner el acento en algunos temas "espinosos" de la profesión que incluye los avatares de ser paciente que todos los analistas fuimos, somos o seguiremos siendo.
      Creo que quedan abiertas algunas preguntas: ¿a qué se refiere uno cuando habla de realidad? ¿Son nuestras ilusiones (menos) reales? ¿Froilán abdica por propia convicción? ¿Había otra forma de acercarse a la madre de una paciente que no fuera desde un personaje? ¿Habría Inés aceptado al Froilán de carne y hueso?
      Podríamos seguir haciendo preguntas. Lo fantástico es que no sería necesario contestarlas.

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  2. Me interesó muchísimo este texto, Marta y las preguntas que supone, más que el final sin responder. Qué pasa con el deseo del analista --del profesional--? Cuando hay deseo por el paciente o, como en este caso, por alguien involucrado con el paciente??? Me interesa porque conozco el caso de un psiquiatra cercano que se involucró con una paciente de una manera, a mi juicio, poco ética. Habrá tenido que ver esa tensión entre el deseo y la dimensión de la ética profesional lo que detuvo a Froilán?

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  3. Liria: gracias por tus palabras.
    Se trata de literatura, o al menos eso pretendo. Así no quiero opinar sobre éticas y herejías. No me creo capaz, no me creo en el derecho.
    A lo sumo, intenté hacer/me preguntas.
    Abundan historias de analistas y pacientes mancomunados en eso que se llama "el deseo" (polisémico término si lo hay). Finales felices incluídos. El cernidor moral cada uno lo agitará a gusto.

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