Además de terapeutas fuimos, somos, seremos pacientes. Mucho. Desde antes
de finiquitar los estudios.
Pasados avatares y psicoanalistas por mi vida, ha llegado el momento en que la
mayoría de mis pacientes son colegas cursando su inaugural o reiterado alunizaje
en el diván. Están los decididos, los ingenuos. Están los hartos u ofuscados.
Hace un par de semanas que atiendo a Mirena, psicóloga reciente. Trabaja a destajo, siempre expuesta, turbada, de humores. Ladro si se me acercan demasiado, no se me acerquen. Desconoce el entusiasmo y tal ausencia le quita el aire.
La bautizaron como Mirna Encarnación en honor a las abuelas. Sus
padres no se esforzaron demasiado al bautizarla; en general no se esforzaban o
cuando lo hacían hubo de correr. El viejo a cinturonzazos preguntaba me entendiste/me entendiste.
Es
posible que incluso amenazara a la madre, pero Mirena aún le reprocha que no la
escudase y apenas la contacta -el hermano dice que mamá sigue ahí, rebordeando historias falaces-. En cuanto al padre: idéntico a sí mismo, en la ferretería:
a ése ni el hermano le visita.
Mirena
convirtió el café de la esquina en refugio; su mesa fija es la última, pegada
al mostrador, zona de habitués. Hela ahí rematando el día, apostillando informes
para nadie. En ocasiones el novio se acerca a mirarla y pide un cortado. Ella
no deja de escribir en su presencia, tampoco corre los papeles para que quepa
el cortado con excesiva azúcar a pesar de sus advertencias.
A
cierta hora, demorándose en un rodeo, Mirena torna a casa como el forastero que
avanza hacia el cuarto anodino de un hotel de paso. Jamás cocina. Se surte en
el congelador o come fruta en la cama mientras el novio improvisa en la sartén.
Al menos el sueño arriba sin demoras.
Intentará
Mirena pelearse conmigo. Como con su primer analista. Ya me lo advirtió.
Es espléndido el relato. Y otros que leí. Como paciente me encanta ver la trastienda del consultorio. ¿Son historias verídicas? No logro imaginarme a mi doctor con esas dudas.
ResponderEliminarFelictaciones, Laura
Laura: muchas gracias por tus palabras.
ResponderEliminarMe propuse, en efecto, mostrar las bambalinas e inventé estos relatos cuidando que ningún episodio, ningún nombre, ningún diálogo remitiera a la vida de mis pacientes. Ni a la mía.
La ficción más ficcional que pude.
Por cierto, tu terapeuta bien te protege no explicitando sus dudas.
Marta,
ResponderEliminarBueno todos tenemos un poco de Mirena. Cuando escribo: no me hables, no me mires, no me nada.
Soy yo, el bolígrafo o el ordenador y nadie más. No hay cabida para un tercero cuando –posesa- me siento a fantasear sobre algo.
La entiendo tan bien como si la hubiera parido. Seguro que parece huraña, pero, tranqui, no te morderá.
Tu ritmo es trepidane y armonioso: me gusta.
Un beso amiga,
Ann@ Genovés
Anna: mucha gracias por tu comentario.
ResponderEliminarEl personaje de la paciente huye todavía. El temor a la cercanía que viene, claro, de lejos, la hace a Mirena adusta, puercoespina.
Y en cuanto al personaje de la terapeuta se ha de acercar: se tiene que acercar. Y pivoteando en ese enojo tratar que la paciente tolere y goce la cercanía.
Si es posible que una y otra logren su cometido queda abierto para que cada lector complete la ficción.