26 de agosto de 2012

MESURA





Viajé. Volé. Viajo en avión inquieta. No inquieta: molesta. No es  molestia, es desagrado. Tampoco es desagrado sino miedo. Pavura.
Travesía nocturna de un continente a otro; a cada movimiento –leve, reconozco- me prometo como siempre que jamás volveré a estar en semejante situación. Convengamos que volar es para los pájaros y que somos simples bípedos implumes.

De pronto en el insomnio escuché algo que venía de atrás, digamos un bramido, un balar. Me acerqué y  vi a dos azafatas intentando calmar –maniatan sus brazos de hecho- a una mujer muy joven, de origen asiático, que revolea piernas y cabeza escupiendo palabras de un lenguaje ininteligible ante el desinterés real o fingido del resto de los pasajeros.
Vi y supe enseguida. Vuela sola y se despierta en la oscuridad y el murmuro y la estrechez de su asiento para descubrirse encerrada en un cacharro que por alguna enigmática razón logra sostenerse en el aire trasladándose en la espesura de la nada a velocidades inconfensables.
Me acerco lo suficiente en aras de hablar con ella mas no hubo un idioma que compartiéramos. Entonces enrosco en una manta tibia sus pies, apenas, apenas, hasta que deja de sacudirse. Luego tomo sus manos y ella estruja, exprime, espachurra las mías. Y así, anudadas, la (nos) arrullé tal como solía para  deshilachar,  apaciguar los malosueños de mis hijos.

Al momento de recoger el equipaje busqué colocarme cerca de ella. Le sonreí y era obvio que ni me reconocía. Agregué un manido comentario sobre el vuelo y en un inglés impecable contestó con deferencia. Llegó su maleta antes que las nuestras y se despidió con una mesurada, elegante, inclinación de cabeza.


foto: Rolf Rempel

2 comentarios:

  1. Marta,
    He sonreído, más bien, hice una mueca.
    Es algo que me toca de cerca… Creo que son pocas las personas que suben, a bordo de los gigantescos pájaros metálicos, tranquilos, como si estuvieran caminando por tierra firme.

    Además, en esta ocasión, demuestras una ternura inmensa. Me lo he pasado genial leyéndolo.

    Un abrazo, Ann@

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  2. Gracias Anna, siempre cuento con tu lectura, con tu lectura de escritora.
    Dicen que hay que gente que le gusta volar. Otros dicen que les encanta pero al momento comparten sensación de uno: estar en el aire en el sentido más metafórico.
    Y sí, la ternura, incluso la autoinfrigida, suele calmarnos en esos momentos en que por enésima vez uno se pregunta cómo carambas se le ocurrió zambullirse en semejante artefacto.
    Confieso que he volado...

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