En Pediatría. En Terapia Intensiva. No trabajaba: permanecía atornillado a ese lugar.
-Doctor, su guardia ya terminó- instaba la enfermera.
-Una horita más y me voy –mentía Julio.
Jornadas
sin fin. Feriados inacabables. O ya camino a casa, regresa.
-¿Comió hoy?
-Sí, creo que sí.
-No comió, me consta. Tome, le preparé un
sándwich.
En
ocasiones al retirarse del hospital le asombra el alba de un día que no logra nombrar en un mes que ha de ser del invierno si la gente deambula
abrigada.
Hasta que
su jefe (viejo amigo mío) toma cartas en el asunto y me pide que al menos tenga una cuantas entrevistas con Julio.
Julio,
va de suyo, jamás le interesó consultar a una psicóloga: desdeña
darle vuelta a lo acaecido o inventarle vueltas a lo que no las tiene. Y menos por orden superior. Recién con la amenaza de quitarle guardias lo convencieron.
Establecer
el horario fue una obra de ingeniería.
Aparece
en mi consultorio desarreglado, ojeroso; portentosas sus manos impolutas que
apoyó en magno gesto al sentarse frente a mí. En cuanto se acomoda se
zambulle en un sueño apelmazado, macilento. Lo dejé dormir, obviamente. Y cuando avisé que la sesión ha concluido, se encarama despabilado, saluda con una
reverencia y parte. Apenas logro decirle que lo espero el martes próximo.
La
escena se repitió en la entrevista siguiente. Pero en el tercer encuentro,
antes que posara sus lánguidas manos, lo convidé con un té verde. La frágil
taza sostuvo mientras decía me llamo Julio si bien he nacido en Enero.
Y a renglón
seguido narró que su madre fue alondra siempre en travesías lejos de lejos; y
el padre poeta de oficio trasmigrando verbos y voces sueltas que jamás
regresaban al mismo sitio y vaya a saber cuándo.
Que aprendió solo a volver del
colegio porque una abuela o dos -no recuerda- le esperaban en una casa o dos
-no recuerda pues se turnaban para sacárselo de encima-. Y un tío y primos y más que primos lo llevaban de cola y mala gana.
Un
profesor de la secundaria le susurró que ser médico es una forma de misericordia.
Entonces decidió que en la misericordia viviría sin prisas sin excusas, allí donde
alondras transmigren y las cosas y los sucesos vuelen lejos de lejos...
Calló de
golpe. Creí que se atrevería a llorar. No. Callado y punto.
Arribó
el momento de dar por terminada la sesión con mi dejamos por hoy. Le acompañé hasta la puerta y aun intuyendo
su respuesta le recordé que nos veríamos el martes siguiente y a la misma hora.
Saludó con deferencia extrema.
Por
supuesto no regresó.
En terapia se aprenden muchas cosas y cuando, además, eres imaginativa; puedes visualizar una orquesta completa.
ResponderEliminarMuy bueno, besos, Ann@
Anna: gracias por tus palabras.
ResponderEliminarEn la terapia se aprende mucho como paciente, siempre y cuando el terapeuta esté disponible para aprender también.
En esta historia la analista parece dispuesta.
Y Julio no regresará al consultorio, pero a él -que sabe convertir pasado en trampolín- quizás la breve experiencia le sirva para comprender qué anda necesitando. O buscando.