19 de mayo de 2013

A LA ALTURA


  


Susy al fin se decidió. De frente le dirá a Bernardo lo que hay que decirle a ese mocoso.
Era cuestión de buscar la forma pues Bernardo pocas veces los visita, y en cuanto llega pasa mucho tiempo encerrado. Mudo, taciturno. No nos entendemos, dice el padre. Me detestan, dice el hijo. Lo concreto es que se mantienen tan distantes como han podido.
Incidentes abundan.
Cuando Bernardo concluye el secundario, el padre y Susy se disponen a participar en la fiesta de graduación, mas al ingresar al salón comprueban que no les han reservado lugar ni en la mesa de la familia ni en ninguna otra. Así, permanecen de pie antes de retirarse sin cenar.
Y cuando Bernardo perdió el chance de ingresar en la universidad, su padre –siempre sospechó que aquél no podría con las exigencias de esa carrera o de cualquiera semejante– le escribió una carta que pretendía ser amigable. Cero reproche. El hijo contestó por mail: nunca seré lo que esperabas. Stop. Lamento no estar a la altura de tus exigencias. Stop. Te faltó preguntar cómo me siento. Stop.  

Arribó Bernardo después de múltiples aplazamientos; acaba de perder el trabajo y quizá busca apoyo. Susy lo recibe con especial cariño, dispuesta a hablar con él -de frente, se repite- aprovechando que estarán una larga tarde a solas.
-Sé lo que está pasando Bernardo y quiero ayudarte. Eso necesita tiempo, paciencia, compañía; y existen lugares especializados con profesionales excelentes, te aseguro. Entiendo que no quieras abordar el tema con tu papá porque a él le cuesta, es de los que cree que todo se resuelve a golpe de voluntad; yo, por supuesto, sé que es una situación en la que uno está metido sin quererlo incluso. Y entonces…
- ...¿entonces qué?
-Bueno, me gustaría que te quedaras acá, con nosotros, para recibir ayuda profesional; si te tomaras medio año por ejemplo, no más que medio año, te haría muy bien. Soy muy optimista al respecto.
-¿Optimista? Lo que sos es una metida haciendo de madrastra salvadora.
-Lo hago por tu padre.
-No: lo haces por lo que le pasó a tu hijo. ¿Qué me miras así? A pesar de ser toda una psicoanalista (¡y tan reconocida!) nunca te diste por enterada: pasaba una vaca mugiendo por la mitad de tu living y no viste ni la vaca ni escuchaste el mugido. Pero no temas: yo sí quiero vivir. Me gusta la vida y voy a vivir tomando lo que se me antoja y en las cantidades que dicte mi sed. 

Hasta ahí. Prescribieron las palabras. Susy se puso de pie dando por terminada la charla, y aunque quería llorar no lloró. Nada de quebrarse frente a él.




foto: Klaus Reichenberger. 

2 comentarios:

  1. Este cuento nos permite saber cuántas dificultades existen en los vínculos. Este cuento nos obliga a pensar para que la vida pueda ser un poco mejor !

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  2. Hilda, sé de tu lucha por una vida plena, por mejorar y mejorarnos.
    En esta historia de vínculos cincelados en la dificultad, aparece el pasado como ese país lejano en el que ya no habitamos pero que, claro, marca nuestra identidad.
    Vínculos basados en el silenciar, y en el olvido que alguien definió como el hermano ausente de la memoria.

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