Entró y en cuanto lo invité a sentarse se
colocó lejos, en la otra punta. Tirado en el sillón.
Mi mamá murió cuando yo tenía cinco años, dijo a modo
de presentación. Callamos los dos. Tras unos minutos que usa para sacudir
uno u otro pie y ensañarse con la costura del almohadón, agrega:
-¿Qué más puedo contar?
-Lo que quieras – indiqué.
-Bueno,
puedo contar que mi papá se casó enseguida con una señora que ni siquiera sonreía, solo pendiente de lo que hacían los
demás. En el colegio me miraban porque yo era el único chico que la mamá estaba muerta, y el Día de la Madre
venían las viejas que eran más feas y gordas que mi mamá y sonreían de mentiras
y me daban besos sin que les diese permiso. Yo tenía un amigo que no presenté a
nadie, y cuando empezaron con que mi mamá estaba en el cielo, él me convenció de que era mentira: ¿acaso yo no había estado en el
cementerio viendo cómo la tapaban con tierra? ¿No había escuchado a mis tíos
diciendo que ella lo quiso? Nadie podía obligarme a llorar, ni a mostrar dibujos
o hablar en la cena ni hacerle caso a mis abuelos que me tratan como si fuese
un caramelo que se derrite con sus salivas. Nada de morisquetas, menos a la
señora ésa que sigue viviendo en casa y que no cocina ni hace las compras: siempre afuera porque es dentista. Tiene un
consultorio lleno de olor y ruido; yo antes iba para que me mirara
la boca mientras ella decía las mismas tonterías que le decía a otros que ni
siquiera eran sus hijastros. Y si la palabra hijastro suena a chiste, madrastra suena a chiste peor porque son brujas. Después nació un bebé que
viene a ser hermano pero medio: y sí: es medio tonto y medio miedoso y medio
mimado como muñeca de trapo. Yo no soy así, no me dejo. Está bien, me pescaron
en el colegio fumando un cigarrillo en el baño ¿qué esperaban, que fumara en el
patio al lado del director? Nos escondimos con Isabel y aproveché para darle un
beso que tantas ganas tenía de darle y ella primero no quiso y después también
me besó y me pasó el humo directo a la boca. Y la estaba yo acariciando cuando
llegó un buchón y avisaron a mi papá y seguro que él le avisó a la bruja y me
mandaron acá a hablar con usted que no es más gorda que mi mamá, pero sí más fea,
que ni sonríe como ella ni dice las cosas que ella decía. Bueno, ya le conté
todo. ¿Me puedo ir ahora?
foto: Genoveva Ayala
Me gustó, ¡Pobre pibe! A veces los padres se zarpan. Un abrazo, Marta.
ResponderEliminarSabino
Gracias Sabino.
ResponderEliminarsí, pobre. Los padres se zarpan bastante en general, aunque ni lo sepan. Y para peor, a este pibe lo mandan a la psicóloga que esperemos lo deje ir a tiempo.
Quedé impresionado por el texxto porque así me sentí algun vez en mi vida de niño que mi padre se casó con una mujer que era imposible y yo sufrí hasta muy grande. Te felicito. Me gusta leerte siempre.Un abrazo L.S.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras.
EliminarEstas historias son producto de la imaginación. Pero, dicen, la realidad imita a la ficción; así cada relato alude a las cuestiones vividas, y como en este caso a los momentos de indefención, a caminos que se recorren a tientas.
Un adorable encubierto. Me encanta cómo nos lo haces llegar, y el final abierto. Felicidades Marta.
ResponderEliminarUn saludo.
Setefilla: muchas gracias.
ResponderEliminarEl chico sabe, como saben los chicos que es más de lo que sospechamos, incluso más de lo que él mismo sabrá después.
Y definitivamente más de lo que la psicóloga de esta historia acaba de escuchar: esperemos que ella sepa preservarle ese saber.
La muerte de la mama duele siempre, es como si nos arrancaran del árbol de la vida, es como caernos de un hondazo y darnos cuenta que ya no habrá a quien contarle nada mas, en esto no hay recambios y solo el consuelo llega con el tiempo.
ResponderEliminarMe gusto
Héctor: alguien dijo que el tiempo es el gran escultor. Pero hay consuelos que no se dejan, hay dolores que no se prestan porque se necesitan las hilachas de lo que fuimos y tuvimos, y se corre el riesgo de perderlas.
EliminarAunque es una tragedia, derrocha la suficiente simpatía como para entrar en el balcón de la comedia. Tu forma de contarlo, como quien no quiera nada, es fantástico. Un abrazo, Anna
ResponderEliminarAnna, muchas gracias.
EliminarHe aprendido de vos ir desgranando -a veces sin disimulo- lo mezclable, lo travieso, lo que era dolor o merecía serlo y lo que daba risa a pesar de uno mismo.