30 de diciembre de 2013

ALTISONANTE

                                                                                                                         



 A las dos de la mañana del 25 nos llamaron de la comisaría. Mi chico menor estaba retenido junto con muchos otros por escándalo en la vía pública. Salimos corriendo con mi marido y he ahí a nuestro hijo con su valentía adolescente craquelada. Papeleo. El enojo, el miedo, las ganas de abrazar en espera.

No fuimos los primeros familiares en llegar, poco a poco compareció el resto y entre ellos una psicoanalista de renombre que apenas me saludó –no soy de su corte- y a los demás ni siquiera. No bien aterriza con todo su renombre, censura al personal arrebatada, vodevilesca; protesta que trufa con sus lustres y diplomas a más de los contactos con altas, altísimas esferas secretario de estado por aquí juez mediático acullá. No bastando tanta altisonancia, remata con la clásica: se tendrán que atener a las conse- cuencias.
Su hija retenida con la vergüenza en flor.
El Oficial Principal, cara de pocos impre- sentables amigos, escucha. Y escucha. Y sigue escuchando hasta que con su voz de barítono fumador le suelta a mi colega: señora, me pregunto cómo hará para aguantarla su esposo, cómo hará para aguantarla esta mocosa aquí presente y, sobre todo, cómo harán para aguantarla sus pacientes. Punto y  media vuelta paso firme a su oficina.
Y la hija retenida, que hasta entonces cursó de vergüenza, lagrimones y pucheros, gritó “no la aguantan” por encima del portazo del Oficial Principal.






2 comentarios:

  1. Me divirtió mucho.
    Car.,
    Juan

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  2. Gracias Juan: a mí también me divierten las argucias, algarabías, autoelogios y amiguismos de mis colegas.

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