Se sentó frente a mí. Hoy no voy a hablar mucho, me
alertó.
-Estoy harta de ser buena, buenísima- dijo-. Buena
madre, ex, cuñada, amiga. Basta. He perdido también la capacidad de ser
políticamente correcta. Ni sé cuándo dejé de serlo, si es que dejé. Hubo una
época, uy, lejana y lejana en que yo no decía lo que no había que decir en
la mesa. Supongamos: racista disi- mulante, timorato solapado, corrupto en
ciernes. No, no se decía. Había ciertos eufemismos, ciertas miradas oblongas
y lánguidas y esco- radas. Callar y manducar. Ahora evito sentarme en esa mesa.
Pero. No siempre es posible, amigos queridos, gente de bien, pensantes de larga
data se han convertido en acólitos de la estupidez. Y uno los quiere. Se ha
coqueteado otrora con alguno de ellos, se ha intercambiado lisonjas, se ha
querido quererlos de por vida. Y sí, se los quiere de por vida y en la mesa
has de callar. Como me hacía callar mi padre ¿le comenté eso? Papá me hacía
callar cada vez que discutíamos sobre Mahler, sí Mahler. Sos- tenía que era un
músico encoturnado, repetitivo. Y yo, que no tenía la menor idea, ni me
gustaba esa música de velorio, ni pensaba que alguien por ser repetitivo era
cuestionable, le discutía a muerte para que él aprendiese que cuando uno
charla con su hija lo que la hija espera es que se hable de cosas que ella
entienda, le sirva, la arrope; y para que él se diera cuenta que esas largas
culteranas abisales reflexiones estaban al servicio de callar lo que venía
sucediendo en la desventura de mi casa, en la pérdida progresiva de cordura
de mi madre que ya iba por la tercera internación y nosotros ni siquiera
íbamos a visitarla. Momento: nosotros es mucha gente: yo iba a visitarla. Y
cuando iba a visitarla ella repetía: tenés que ser políticamente correcta para que tu palabra no horade el exiguo disfraz de los demás…
Y calló hasta el final de la sesión. Ni en la puerta,
cuando ya nos despedíamos y sorpresivamente me abrazó hizo otro comentario.
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foto: Sebastián Avalos Noguera
Dolorosa es esta historia que me recuerda cuando era chica y no se podia hablar, y despues de grande tampoco se podia hablar porque la politca era un tema tabu.
ResponderEliminarMuy bien escrito. Un abrazo, HF
Muchas gracias por tus palabras.
ResponderEliminarSí, los silencios se van imponiendo, obligando primero a dejar de decir y quizás, poco a poco, a dejar de estar alerta, en contra, en la búsqueda. El personaje de esta historia dice que no quiere ser más políticamente correcta: veremos si puede...
Marta: me parece que ser políticamente correcto todavía tiene su sentido y tal vez lo tenga siempre. Ha costado mucho imponerlo.
ResponderEliminarDe todas formas, el tema de esta historia apunta a la represión y a la agonía.
Un abrazo, Hasta pronto!